Estaba yo en Londres en viaje de placer, cuando al entrar en mi habitación advertí que en la bañadera yacían los cadáveres de unas cucarachitas bebés. Corrí escaleras abajo e intenté sentar precedente en la recepción, y hete aquí el malentendido que nos ataña:
Yo no sabía decir “cucaracha” en inglés, y el conserje, con un marcado acento alemán, no pudo entenderme.
- Buenas tardes - dije arrimándome al mostrador, - hay un insecto en mi habitación.
- ¿Cómo que hay un insecto? ¿Está segura?
- Sí, acabo de verlo. No sé como decirle, no sé como se dice en inglés. Una araña no es.
- ¿Entró cuando Usted abrió la puerta o ya estaba adentro? - preguntó con expresión tensa.
- ¿Qué? - no tardé en darme cuenta de que no me entendía - No, no. Es un insecto. Lo encontré ahora.
- ¿Pero entró con Usted? - insistió.
- No, ya estaba adentro.
- ¿Y escapó?
- No, está en la bañadera.
El hombre gesticulaba con las manos y se lo notaba agitado. - ¿Cómo que está en la bañadera?
- Sí, no sé... cuando me fui no estaba. Debe haber salido ahora.
- ¿Y cómo es? - preguntó.
- Ya le dije, es un insecto. Es negro, brillante, y mucho más grande que una araña.
- ¿Pero Usted lo conoce?
- No… Mire, en realidad son varios. Deben haber salido por la cañería - respondí mientras pensaba en volver a la habitación para abrir la canilla y olvidarme de todo.
- ¿Cómo que son varios? ¿Pero cuánto hace que están ahí?
- Ya se lo dije, cuando me fui no estaban. Deben haber salido cuando fumigaron – respondí, y con la certeza de que el hombre se pondría aún más nervioso agregué - no se preocupe, total están muertos.
- ¿Muertos? - exclamó con cara de horror. - ¿Cómo que están muertos? ¡Voy a llamar a la policía!
Aunque nunca terminó de entender de qué le hablaba, logré disuadirlo y colgó el teléfono. Al menos tuvo la delicadeza de mandar a alguien a chequear la habitación.
Dedicado a Martín Orellano