domingo, 24 de octubre de 2010

Inmortal


su cama
una ostra sin perlas
de un mar sin arena
sin sirenas
sinuoso

su cama
un cofre hermético
con un tesoro
con un sueño
con su sueño

al canto del gallo
se refugia en su cama sin sábanas
que es cuna
y también catafalco

y se abriga en su capa
de alas de patagio
y duerme
y sueña

una capilla
su casa
tres gárgolas
ninguna cruz

y él en sueños sacia su sed

succiona sangre sin cesar
y saborea su soledad
en silencio

al atardecer despierta
y escupe la culpa

un violín gitano
aullidos de lobo
y en las colinas
la brisa fresca de rocío
y en las cocinas
el olor tibio a mamaliga

y él tan salvaje
de cacería
de alas abiertas
y colmillos punzantes

y él
tan muerto
y tan inmortal






domingo, 17 de octubre de 2010

Espejo



Hay dos mujeres recostadas sobre una parva de heno. Una es una mujer entera. La otra apenas alcanza a ser media mujer. De la expresión relajada de sus caras y de la forma en que sus cuerpos caen, se presume que acaban de tener sexo. Insectos de formas fálicas se retuercen alrededor de las mujeres. Tal vez están al acecho, tal vez sólo observan y se excitan con las formas, con los olores, y con los sonidos. Los insectos son los únicos testigos de un amor prohibido. En ese lugar oculto es poco probable que alguien las descubra.. Tendieron una sábana sobre la parva de heno para evitar marcas en la piel. Cuando se desató la pasión, la sábana se les enredó entre las piernas. Ahora descansan enfrentadas en idéntica posición, repitiendo sus formas voluptuosas en espejo, como si una fuese el alter ego de la otra. Posiblemente el reconocerse en esa dualidad fue lo que las llevó a desearse.
De una ventana escapa un resplandor. Bajo la luz, la mujer entera ofrece su sexo al desnudo. Está tendida boca arriba y desparrama sus formas en todo su esplendor, mientras que la media mujer sólo muestra su perfil. De la media mujer apenas asoma un pecho por sobre el brazo. Sin ese pecho se confundiría con una figura masculina. La mujer entera es la dueña de la casa que se levanta tras los muros de piedra. La media mujer no es más que una visita, alguien que está de paso y que cumple un rol secundario. Sin embargo las dos mujeres en conjunto son protagonistas de situación.
Todo ocurre en una ciudad feudal. Al fondo se alzan las torres de un castillo, la muralla almenada, y la cúpula de la catedral. Más adelante se extienden las pequeñas casas de la ciudadela, con sus techos de paja y pequeñas ventanas propias del oscurantismo medieval. La ciudad está desierta. El río ha desbordado, las calles están inundadas. Nadie las transita. A la derecha, en un plano más cercano que el castillo, un volcán explota e irradia un rayo geométrico y tridente. La tierra vomita un brebaje de muerte que chorrea por la ladera del volcán y arrasa con todo lo que encuentra a su paso. El cielo se cubre de nubes de azufre. Todo es obra del demonio, que aunque no se lo ve está presente en la escena. Las mujeres se encuentran sumidas en un sueño profundo y son incapaces de advertir que del otro lado del río un edificio se incendia. Las llamaradas se elevan y bifurcan como las frondosas ramas de un baobab. En el agua se agitan pequeños botes repletos de evacuados. Los más fuertes sacan a los desmayados por las ventanas, por las puertas, y por las escaleras. Desde la torre alguien junta coraje para arrojarse al río aunque sabe que sus huesos se astillarán al tocar el fondo. Le queda poco tiempo para elegir cómo morir.
Las aguas desbordan. Hay explosiones de fuego. El aire se enrarece. Sólo hay una pequeña porción de tierra límpida en la ribera. Todos los elementos son desmesurados: el agua ahoga, el fuego quema, el aire sofoca, la tierra es un remanso. Es el quinto elemento el que mantiene a las mujeres con vida. Ellas duermen apaciblemente. Sus cuerpos desnudos resplandecen entre la devastación, con una luz mucho más potente que el fuego mismo. El espejo de agua las aísla del peligro. La pequeña porción de tierra es como un útero que las contiene y las cobija. El humo no las alcanza. El infierno las rodea pero ellas están a salvo en su propio Edén.