viernes, 23 de julio de 2010

Almas gemelas

Hush
it's okay
dry your eye
Soulmate dry your eye
'cause soulmates never die


Placebo


Siempre esperé que Yazmín volviera. Me enamoré de ella en el Jardín de Infantes. Un amor de chicos, de esperar el recreo para jugar a ser grandes, para tomarnos de la mano y caminar por el patio de la escuela, detenernos en cada aula y sonreírles a los chicos que daban examen, como quien pasea por la vereda y toca timbre en la casa de un amigo. Pero en las vacaciones de verano nuestra amistad terminó. Mi mamá no quería que fuéramos amigos, y mi papá tampoco. Decían que su familia era mala gente. Los conocían bastante bien porque vivían al lado de casa.
Recuerdo el día de la tragedia. Hacía un calor que derretía el asfalto. Mis padres dormían la siesta. Yo estaba en la terraza jugando con mi hermano. Me divertía, pero no podía dejar de pensar en invitar a Yazmín a tomar la leche con vainillas, aunque sabía que como siempre mamá diría que no. Todo sucedió tan rápido que no tuve tiempo de darme cuenta. De repente estaba envuelto en una nube de humo, tosiendo, aspirando un aire gris de un olor insoportable. En seguida llegaron los bomberos y nos hicieron salir de casa.
Yazmín estaba en la calle, junto a una ambulancia. Tenía la cara llena de hollín. Le pregunté a mamá por qué le hacían nebulizaciones, y me explicó que le estaban dando oxígeno. Yo no entendía, pero me tranquilicé cuando mamá dijo que Yazmín estaría bien. Se la veía tan asustada... Quise correr a abrazarla pero papá me agarró de la remera y me obligó a quedarme con ellos. Entonces pregunté por qué estaba sola.
La casa quedó abandonada y Yazmín se fue a vivir a San Juan a la casa de una tía. Yo no podía olvidar esos ojos de caramelo. Y nunca los olvidé. La tristeza me duró unos días, pero mi mamá me distrajo con los preparativos de primer grado. Me compraron un guardapolvo blanco, mocasines marrones y medias azules, y la abuela me regaló una valija de charol con un dibujo de Batman.
Un día estaba lavando la moto en la vereda, cuando la vi. Habían pasado diez años pero sus ojos seguían siendo los mismos. En cambio a ella le costó reconocerme. Fui yo el que se acercó. Mis ojos se estrellaron en cada una de sus curvas. Tartamudeé un hola y la besé en la mejilla. Su piel era tan suave y olía tan bien… Me contó que su tía tenía intenciones de venirse a vivir a Buenos Aires, y que tratarían de arreglar lo que quedaba de la casa. No sé en qué momento le pregunté si quería ir al cine al día siguiente. Dijo que sí, pero después de esperarla tres horas en la plaza, me di cuenta de que no vendría.
No volví a verla hasta ayer. Esta vez fui yo el que no pudo reconocerla. Estaba envuelta en un tapado tan amplio que ocultaba su forma de mujer. Ninguno de los dos se había casado, y eso que habíamos pasado los treinta. Después de charlar una hora en la vereda, la invité a tomar un café. Pero tenía que irse. Siempre se iba. Prometió volver. Y esta vez regresó. Me saludó con un abrazo. Un abrazo que jamás podré olvidar. Me perturbó sentir su vientre inflado como un globo apretado contra el mío. Fue como si el bebé latiera en mi interior. Sólo atiné a decirle que la amaba.

viernes, 16 de julio de 2010

Conversación colectiva



- Muchacho, sin empujar. Uno veinticinco.
- Disculpemé, señora. Uno veinticinco, por favor.
- ¿Pero no se da cuenta de que me está empujando?
- Es que sigue subiendo gente.... ¿A dónde quiere que me ponga?
- No sé, pero arriba mío no ¿Se va a correr o me va a aplastar todo el viaje?
- Es que no tengo a dónde correrme.
- No es problema mío. Corrasé y listo. Mire la gente que sigue subiendo. No sé a dónde se quieren meter.
- Bueno señora, todos queremos subir…
- Si no hay lugar que esperen el otro. No se puede viajar así. La culpa la tiene el gobierno.
- Sí, el gobierno tiene la culpa de todo; hasta del mal tiempo. Perdón, no sé si la pisé a Usted o a la señorita.
- Qué señorita ni señorita. A mí me pisó.
- ¿Listo? Vamos que nos vamos.
- Pará hermano, no te vayá’ que estamo’ todo’ colgando de la puerta.
- Muchacho, le dije que no me empuje. Agarresé. Qué desgracia… Si tuviera marido no estaría acá.
- ¿Quién? ¿Su marido?
- Si tuviera marido, me llevaría con el auto a todas partes.
- Yo tengo auto pero lo llevé al mecánico.
- Arriba que cierro la puerta.
- Yo no sé este hombre por qué no arranca de una vez. No vamos a llegar nunca.
- A ver los que ya tienen boleto si pueden dar un pasito atrás.
- Vamos señora. Vamos para el fondo. Un, dos, tres. Un pasito pa'lante María...
- ¿No le alcanza con empujar? ¿Tiene que cantar?
- Un, dos, tres. Un pasito pa'trás...
- ¿Cómo puede cantar en medio de este caos? No empuje más. ¿A dónde quiere ir?
- Así es María, tan caliente y fría...
- ¿Me va a cantar en el oído todo el viaje?
- ¿Le molesta que cante? Mire que no le estoy cantando a Usted.
- Este es un medio de transporte público.
- ¡No me diga!
- ¡Sí le digo! Y hay que respetar al prójimo. Donde terminan mis derechos empiezan los suyos.
- O al revés...
- Pero qué frenada... Estos se piensan que llevan animales en vez de gente. Estoy harta de viajar como ganado.
- ¿Quiere venir a manejar Usté, doña?
- Cuando me baje de acá voy a presentar una queja en la empresa. No puede ser que un colectivero trate así a los pasajeros. A ver si mira para adelante que nos va a matar a todos. Y Usted dejesé de empujar que me tiene podrida.
- Buenos días señores pasajeros. En esta ocasión vengo a ofrecerles directamente de Despacho de Aduana…
- Yo no sé como dejan subir a esta gente. Si acá no hay lugar para nadie.
- … el nuevo dispositivo tres en uno: poderosa linterna, bolígrafo y cortaplumas. Ideal para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero.
- Mire venir a vender esas cosas peligrosas a un colectivo… Así después los chorros andan armados. Deberían prohibirlo.
- Se paga de dieciocho a veinte pesos en negocios. Hoy vengo a ofrecerlo por tan sólo cinco pesitos.
- Eso tiene que ser robado. Son todos unos mafiosos. Y están en combinación con el colectivero.
- Pueden revisarlo. Probarlo. Viene con dos pilas de repuesto.
- Y nadie dice nada. Manga de hipócritas. Y Usted deje de empujar. Desde que subimos que me viene empujando.
- Perdonemé señora. Fue sin querer.
- Sí, fue sin querer… Y así, disimuladamente, la tocan a una. ¿Quién puede abrir una ventanilla? ¡Acá no hay aire! Y encima vienen a vender cosas.
- Bueno señora, el hombre está trabajando…
- ¿Trabajando? Que se busque un trabajo de verdad, así no anda molestando a los demás. Estoy harta de esta manga de vagos. A que si lo mandan a limpiar baños a Constitución no va.
- ¿Usted iría?
- A dónde.
- A la chacón de tu hermana te podé’ ir, vieja de mierda que no pará’ de protestá’ y acá estamo’ todo apretado’, estamo’.
- Chofer, haga bajar a ese ordinario que me está faltando el respeto.
- Doña, si no se calla paro el colectivo y la bajo en la esquina.
- Son todos unos maleducados. Y Usted muchacho, me está pisando.
- Disculpe.
- ¡Ay! Pero que bruto… ¡Me pisó de nuevo!
- No, le habrá parecido…
- ¡Desgraciado! ¿De qué se ríe?
- Desde que subí que me dice que la empujo, que la aplasto, que la piso. Un rato más y va a decir que la estoy violando...
- Entonces corrasé y listo.
- ¿Otra vez? ¿No ve que no hay lugar?
- No hay lugar pero esta chica no está arriba mío como Usted.
- Ya que mete a la chica en esto, si quisiera hacer algo, lo haría con la chica y no con Usted. Además está callada.
- Entonces venga acá y apoyesé ahí.
- Bueno... Hola. Me vengo acá por la señora. Pero si te molesto vuelvo a donde estaba.
- No está bien, quedate. A ver si se va para el fondo a pelear con otro.
- Se ve que se levantó de mal humor.
- A todos nos pasa a veces, pero no da agarrársela con alguien y bardearlo así. Aparte vos no le hiciste nada. Si yo la vengo mirando desde la parada.
- Sí, ya le había dicho algo a otra persona. Se ve que busca con quien pelear.
- Y bueno. Su desgracia es que tiene que vivir con ella misma todo el tiempo.
- Sí, pero que densa... Bueno, ahora que parece que se calmó voy a ver si puedo leer.
- Ah, La trilogía de Nueva York. Lo leí hace mucho. Me partió la cabeza ese libro.
- Qué sé yo... Recién voy por la mitad. Es medio raro...
- Cuando llegues al final vas a ver que... Bueno, no digo nada mejor. Ya llegarás.
- Sí, me pasa algo raro. Por un lado no veo la hora de terminarlo, y por otro lado no quisiera terminarlo nunca.
- A mí me pasó lo mismo cuando lo leí.
- Que bien que escribe ese hombre, ¿no?
- Sí, creo que de los escritores vivos es mi preferido.
- Que casualidad. Yo pienso igual.
- Corrasé muchacho. Me está despeinando. A quién se le ocurre sacar un libro en medio de un colectivo repleto.
- Perdón, no me di cuenta. Ya lo cerré.
- ¿Se quiere peinar señora? Si logro abrir la cartera le presto mi peine. Espere a que llegue a la parada porque si me suelto me caigo.
- ¿Y para qué voy a querer tu peine? ¿No sabés que esas cosas no se prestan? ¿No te enseñaron que se pueden contagiar enfermedades? Cómo sé yo que no tenés caspa, o alguna otra porquería peor.
- Perdón.
- ¿Vos te estás riendo de mí?
- Sí. Digo... No. Ay perdón, estoy tentada.
- Dejala. Ni te gastes en contestarle. Mirá como me estuvo hinchado a mí desde que subimos.
- Pobre mujer. Se ve que no está bien de la cabeza.
- Por suerte ahora somos dos contra uno. Vas a pensar que soy un pelotudo, pero.. ¡Qué sonrisa que tenés! Perdón, pero tenía que decirlo.
- Me vas a hacer poner colorada.
- Este anda buscando. Hace un rato me quería hacer el verso a mí. A ver si guarda ese libro que me lo está clavando en... ¿Pero qué hace con las manos ahí abajo?
- A ver los que se están peliando. Cortelan o paro el colectivo y se bajan en el medio de la calle.
- Mire qué papelón. Como nos bajen de acá por culpa suya agarro al primer vigilante y lo denuncio.
- ¿Me escuchó señora? ¿Se va a callar o vamo'a la comisería?
- Bájelo a él que es el que molesta.
- Señora, ya le pedí disculpas cien veces. No sé que quiere que haga. ¿Qué pretende Usted de mí?
- Vaya a reirse de su madrina, maleducado.
- Bueno, esta mujer me agotó. Me bajo en la próxima y me tomo el que viene atrás.
- Bueno... Me hiciste reir con lo de la Coca... Chau.
- Chau.
- Ya te acordarás de mí cuando termines la trilogía.
- Sí, seguro.
- Bueno, suerte.
- Gracias, igualmente.
- ¡Ojo con la loca!
- No la veo. ¿Dónde se metió?
- Está ahí atrás, al lado de la puerta.
- Lo único que falta es que baje conmigo.
- Espero que no. Igual no estuvo tan mal. Al menos nos reímos un poco.
- Sí... Bueno, chau.
- Chau. ¡Suerte con Auster!
- Pensaba... Las cosas pasan por algo, ¿no?
- Sí. Destino.
- Claro, destino. Y si...
- Si qué.
- Podríamos... Digo...
- ¿Qué?
- ¿Querés bajar conmigo? ¿Podés..?
- No, no puedo. Me tengo que encontrar con una amiga.
- Ah bueno, en otra vida entonces.
- Pero le puedo mandar un mensajito.
- ¿En serio? Dale. Y si no...
- Esperá que tengo que hacer un curso para sacar el teléfono.
- Todo bien...
- No, mejor se lo mando cuando bajemos. Hay una muestra en el Bellas Artes que tengo ganas de ver. Por ahí te interesa.
- Bueno, dale. Deben ser dos o tres paradas de acá.
- A ver cómo hacemos para llegar a la puerta.
- Por suerte se vació un poco. Permiso por favor.
- Dele, empuje nomás, que una es de palo. Quién sabe a dónde irán. Las chicas de ahora son todas unas atorrantitas. En mi época...






viernes, 9 de julio de 2010

Lluvia



La Rue Madame. Un hotel. Un bistrot. Puertas de cristal. Una marquesina. Y justo al lado del bistrot, en la puerta del hotel, bajo la marquesina, el rengo: vendedor de diarios y confesor de amas de casa solitarias. Diagonales las calles. Diagonales los pies del rengo que pisa el otoño y de regreso a casa aplasta las hojas muertas del Jardín de Luxemburgo. Su caminar desparejo lo lleva a la Rue de Vaugirard. A cigarrillos humeantes. Al café humeante. Al humo de los autos. A remolinos de viento. De polvo. De mariposas negras. Madejas de nubes despeinadas. Ovillos. Hebras. Nubes sobre la cúpula del Panteón. Fantasmas en el aire. El fantasma del rengo y un arrastrar de pies encadenados a la enfermedad. El Boul Mich. Gorriones mudos. Plátanos despellejados. Charcos de lágrimas de cielo. Perfume de flores sangrantes. Semáforos vacíos de luz. Vacíos de color. Vacíos. La Rue Soufflot brillante de llovizna. Brillante de farolas. Brillante de faroles de autos. El rengo y sus pasos enredados. Los pies resbaladizos. Un torbellino de bocinas. De gritos. El rengo bajo los faroles. Bajo las ruedas. Un destino de pétalos resecos. Un cortejo de sirenas. Sirenas sin mar, ahogadas en el agua de sus ojos.