sábado, 6 de agosto de 2011

El monstruo debajo de la cuna




Ahí está de nuevo. Está rascando abajo de la cuna. No puedo bajar, porque si bajo me puedo caer. Y si me caigo, mamá me va a pegar. Por desobediente. En el comedor diario suena el reloj. Creo que conté diez campanadas. O once. Sé contar y también sé leer. Leer desde los cuatro. De corrido. El mounstro bostezó. Me parece que se arrastra. No puedo mirar. No quiero más esta cuna. La pieza de los abuelitos está vacía. Podría dormir ahí. Pero me da miedo porque el tío sonámbulo se levantaba de noche y abría la puerta del patio. Y la pieza está al lado del patio. El tío no vive en casa. Tiene su casa, con mi tía. Pero a mí igual me da miedo. Acá también me da miedo. Mi mamá se levanta y se va al balcón a tomar cerveza con los abuelitos. La abuelita toma cerveza negra. Le gusta la cerveza negra. El abuelito no sé. Cuando estaban vivos iban al bar alemán. Ahora son esqueletos que toman cerveza. Yo no los conocí. A veces vamos a visitarlos al cementerio. Tomamos el colectivo que va derecho por Triunvirato y pasamos por donde están los tranvías. No andan más los tranvías, pero los guardaban en esa esquina.
Mi mamá levanta la persiana y entra la luz de la calle. Cierro los ojos muy fuerte para no ver cuadrados en la pared. Se mueven. Es como en el cine; todo oscuro y luces cuadradas que se mueven por la pared. Pero no me gusta este cine. Me gusta Bambi. Cuando me operé de la garganta me regalaron un Bambi de peluche. Me parece que el mounstro está empujando el colchón. Quiere subir pero no puede porque la cuna es alta. A veces juego a que es un barco y subo a mis muñecas y vamos por el mar y estamos a salvo porque el agua no nos toca y volamos como en el Mago de Oz.
Mi mamá se fue al balcón y subió la persiana. Un día va a saltar. Extraña a los abuelitos. Papá trabaja o duerme. Un día estaba podando la parra y mamá le decía que tuviera cuidado, porque caminaba por la pérgola y se podía caer, y yo le dije: ¡papá, bajate que si te pasa algo quién va a traer plata a casa. El mounstro tiene las uñas largas y araña las patas de la cuna. Se acerca cada vez más. Está subiendo por el respaldo. Angel de la Guarda, dulce compañía, no me dejes sola ni de noche ni de día. Tengo que pensar en cosas lindas, como dice La Novicia Reblede. Cuando tenés miedo pensá en cosas lindas. Pero en el placard está el corset de la abuelita vieja y está el bastón de la abuelita vieja. Y la abuelita vieja está muerta. Murió antes que la abuelita porque era más viejita. La abuelita vieja comía mucha zanahoria y desde la terraza leía las patentes de los autos. Pero igual se murió. Y era sonámbula como el tío. Se curó cuando la llevaron a Lourdes. Era francesa la abuelita vieja. Mi papá es español. Fue a España cuando yo tenía cuatro, pero no me llevó. Y la tía me compró un librito con un gatito, porque a mi me gustan los gatitos, que cuando le apretás la tapa hace “miau”. Y me dijeron que me lo compró mi papá pero yo sé que fue mi tía.
Mi tía murió el día que cumplí seis. El mounstro se está metiendo abajo de la almohada. La casa es grande y tiene ruidos. Yo la ayudo a mi mamá a rasquetear el piso y después andamos con los patines para no ensuciar. Me gusta el olor de la cera. Me gusta quedarme en el comedor. Entra la luz del sol y se ven los microbios. Hay un tocadiscos y pongo discos de Chopin y de Nicola Di Bari. Me gusta el Claro de Luna de Beethoven. Y el Cascanueces de Tchaikovski. A veces los pongo y canto y bailo. Quiero ser actriz. Le escribí una poesía a mi maestra. La fuimos a ver a la casa porque tenía cáncer. Al velorio no me llevaron, pero mi mamá dice que estaba en el cajón con las uñas pintadas. Mi maestra es linda, mi maestra es buena, y tiene un corazón que no le da penas.
El mounstro me está tironeando la almohada. Me la quiere sacar. Es mía la almohada. Mi mamá tarda mucho. Cuando se va a hacer los mandados y tarda mucho pienso que la atropelló un auto. Me deja encerrada en el escritorio del abuelito porque tiene miedo de que me caiga por la escalera. Siempre me caigo por la escalera. Me gusta pisar en la parte finita. Antes me entraba el pie lo más bien pero ahora que tengo el pie mas grande siempre me caigo. Mi mamá me dice que baje por la parte ancha pero a mi me gusta ir por la finita. Por eso me encierra para que no me pase nada. Y yo juego en el escritorio. En los cajones hay unas cintas de seda y unas letras doradas. Juego a armar palabras. Mi primo dice que son de las coronas pero mi mamá dice que es mentira. Pero para mí que es verdad, porque mi mamá guarda todo. En el escritorio hay avisos fúnebres. En la pieza de los abuelitos están los dientes postizos en la mesa de luz.
Un día me acosté arriba del escritorio y mi mamá me dijo que no haga eso nunca más, que ahí ponían a los muertos. A mí me hizo algo raro en la espalda. Como ahora que sé que el monstruo está abajo de la cuna. Ahí viene mi mamá. Parece un fantasma con ese camisón blanco. Cierro los ojos fuerte para que no sepa que estoy despierta. Para que se vaya a la cama y no camine más en la oscuridad. Para que no hable con esqueletos. Para que se vayan los cuadrados de la pared. Para que yo no tenga miedo y pueda dormir. Ojalá me agarre el mounstro y me lleve.