domingo, 22 de mayo de 2011

Infinito



No sabían que venían del futuro. Entraron al bar. Parecía detenido en los años ochenta. No sólo por el diseño pasado de moda, sino además porque estaba lleno de gente con peinados voluptuosos, vestidos con telas brillantes. Se sintieron rodeados de aquéllos viejos vinagres de New York City, ahora más viejos que nunca.
Previendo una huída precipitada se ubicaron cerca de la puerta: punto estratégico para avistar a los habitués que seguían llegando. Pidieron una Piña Colada, un Margarita, un Cuba Libre y un Destornillador. No tenían Wi-Fi. Ni siquiera había señal para los celulares. El mozo les ofreció jugar con un Coleco Vision.
Con ojos desorbitados observaron a un grupo que bailaba junto a la Rockola temas de Cindy Lauper y de Rick Astley. De dónde había salido toda esta gente. Unos muchachos vestidos de negro, que parecían estar en el lugar equivocado, colocaron una moneda. Entonces sonó una canción de Bauhaus, y la fiesta terminó.
Pidieron la cuenta. Sólo aceptaban pagos en efectivo o con Argencard con un recargo del 20%. Dejaron diez autrales de propina y se levantaron de la mesa. Junto a la vereda se destacaban Coupé Torino y un Ford Escort. Ellos se subieron a su Mini Cooper. Después de todo, el infinito siempre tiene forma de elipsis.

martes, 17 de mayo de 2011

Polimorfo

En un pueblo perdido en el medio de la nada un monstruo polifacético aterroriza a los vecinos. El monstruo adquiere diferentes formas, colores, y emana líquidos fosforescentes que han dejado ciego a más de uno. La hermana del novio del tío de la maestra dice haberlo visto. También lo vio la esposa del hijo de la cuñada de la madre del cura. Aparece las noches de fiesta, cuando los vecinos ya tienen encima dos o tres botellas de aguardiente. Ataca a los ancianos y les roba la dentadura. Anda desnudo y tiene un par de bolas grandes como las de un carnero, y las tetas chiquitas y puntiagudas como havanettes. Entre las formas que adopta se encuentran el previsible carnero, perro, caballo, sanguijuela, marmota, zarigüeya, y a veces se mete en el cuerpo de las suegras y las obliga a suicidarse.




sábado, 7 de mayo de 2011

Buenas noticias


Los colores del río le inundaron la cabeza y los ojos se le llenaron de barcos a vela. Entonces lloró como un pez. Había llegado el momento. El mandarín de porcelana azul le dio un abrazo. Sacó sus perlas y las sumergió en agua hiviendo. Fiesta.
Ella se cubrió la cara con una mantilla y entró a la iglesia con la frente en alto. Se arrodilló a sus pies. Un remolino de gatos giró alrededor de su cabeza. La desatornilló y la apoyó sobre el reclinatorio. El cáliz iluminó sus labios sellados con almíbar hirviente.
Él también bebió, deleitándose con las llagas que le latían en el paladar. El almíbar le quemó la lengua, le arrancó la piel. La sed le desgarró las entrañas. Lo encontraron con la boca abierta y se la cerraron de un portazo.

esquirlas en el altar
amatistas de terciopelo
sudor índigo
sangre ultravioleta

Siempre es así, los árboles atrapan moscas cuando tienen hambre.

viernes, 6 de mayo de 2011

Letras prestadas



Si Juan no se hubiera ido a Viena todo habría sido diferente. Pero ahí estaba yo, sola y asustada, con el recurrente presentimiento de que algo terrible iba a suceder. Apenas me relacionaba con la gente del hotel; personajes itinerantes que venían a hacer el trabajo sucio que un londinense jamás haría. No es que quiera justificarme; sé que cometí un error y me culpo por ello, pero no fue mi culpa sentirme a la deriva en un momento tan difícil.
Quién sabe cuánto tiempo me había estado siguiendo. Cuando me doy cuenta me siento desorientada. Llovizna. En la calle casi no hay gente y siento su presencia enquistada en mi espalda. Entro a un pub con la ingenua esperanza de que se pierda en la noche, pero entra detrás de mí. A la vez que pide permiso se sienta a mi mesa. Tiemblo. Abro la cartera y busco un cigarrillo. Con la destreza de un prestidigitador saca un encendedor del bolsillo. Sus ojos se llenan de fuego y sus rasgos flamígeros se atenúan. Me siento hechizada y me dejo llevar. El miedo se disipa. Pierdo la cuenta de las cervezas que tomamos. Me habla de Mexíco, de su hermano muerto, del sol, de volcanes y de pirámides. Trabaja en el puerto. Lo imagino con el torso desnudo. Levanta una caja y la hace bailar con un solo dedo. Se agacha y su espalda se despliega como las alas de un cóndor. Sus fuertes músculos se contraen levemente cuando levanta otra caja. Gotas de sudor le surcan las sienes como ríos. Deseo navegar todas sus aguas. No puedo controlarme. Sigo temblando, pero ya no es el miedo lo que me mueve.
Durante treinta y cuatro años he vivido en un cuarto rosa. Es mi color preferido y me conecta con recuerdos de mi infancia. Cuando llegamos a Londres lo primero que hicimos fue pintar la habitación para que no fuera tan diferente a la de Barracas. Hasta el techo pintamos de rosa. Juan decía que vivíamos adentro de un chicle. Fuimos felices, pero eché todo a perder. El ex clavadista vino a casa la primera noche. A juzgar por su expresión debió pensar que entraba al cuarto de una niña. Usé todas mis artimañas para demostrarle que era una verdadera mujer. Lo hicimos varias veces. No pude evitar compararlo con Juan. No sabía besar. Sus caricias eran torpes. Pero era más salvaje que un animal. Era rustico y tierno a la vez. Hablaba con el entusiasmo del que se empieza a enamorarse. Y Ahí estaba yo, engañando a dos hombres a la vez, sin pensar que algo podría salir mal. Como si ese recurrente presentimiento que me atormentaba cuando conocí al ex clavadista se hubiera diluído bajo la lluvia de aquella tarde inolvidable.
Cuando me levanté el ex clavadista dormía profundamente. Era su día franco y merecía descansar después de tan agitada noche. Le dejé una nota sugiriendo que me gustaría almorzar con él y anoté el número de mi celular. No me llamó. Tampoco apareció por el hotel, ni por el pub, ni me lo crucé en la calle. Llamé a casa pero me atendió el contestador y no me atreví a hablar. Me sentí vacía. Se me hizo un nudo en la garganta. No sabía qué era más angustiante, si la idea de no volver a verlo o la sensación de ser usada y descartada. Quise hablar con Juan. Una parte de mí tenía ganas de acostarse con el ex clavadista y otra extrañaba las manos de Juan, su boca, su risa, los ojos de Juan. Lo llamaría esa misma noche. Salí del hotel, pasé por el supermercado y fui directo a casa. Cuando bajé del ascensor me pareció oir ruidos en el departamento. A medida que avanzaba por el pasillo los ruidos se hicieron nítidos. Escuché arrastrar una silla por el suelo, seguí el sonido de unos pasos que se acercaban y luego el de la cerradura que se abría. Juan había regresado. Tenía las manos bañadas en sangre. Y yo corrí tan rápido como pude.



Durante treinta y cuatro años he vivido en un cuarto rosa.
Truman Capote – El arpa de hierba

Sus fuertes músculos se contraen levemente cuando levanta otra caja.
Norman Mailer – Los desnudos y los muertos

Escuché arrastrar una silla por el suelo, seguí el sonido de unos pasos que se acercaban y luego el de la cerradura que se abría.
Paul Auster – El país de las últimas cosas

Todo comienza con la aparición del ex clavadista.
Roberto Bolaño - Últimos atardeceres en la tierra