miércoles, 4 de junio de 2008

Perseguida


Bajamos del colectivo y quise acompañarla hasta el subte, pero mi anciana me rechazó. Pensé que a esa altura ya se habría dado cuenta, e intentaba escapar. Bajé al andén y la esperé cerca de la escalera. Minutos después, sentí el olor a naftalina, y supe que la tenía cerca. Miré a mi alrededor y la vi salir del ascensor. El andén estaba lleno de gente, y eso me daba ventaja. Se sentó en un banco, y yo me paré en un lugar no muy cerca de ella, pero donde pudiera verme. Cuando el tren abrió las puertas, subí a uno de los primeros vagones. No se dio cuenta de que yo la veía mientras ella me observaba. Esperó a que me acomodara y se sentó en la otra punta del tren, como si así pudiera salvarse. Caminé por los vagones, como la demás gente que buscaba un asiento libre, y llegué hasta donde estaba mi anciana. Cuando me vio empezó a toser, y temí que le fuera a dar un ataque. La necesitaba viva. Me senté frente a ella y le sonreí amigablemente.

- Diga que está todo lleno, sino nos sentábamos juntos – le dije.
No habló, pero sus ojos empañados me dieron la certeza de que ya lo sabía. Una señora me cambió el lugar y me senté al lado de mi anciana.
– Usted me gusta mucho – le dije, - me hace acordar a mi abuela checoslovaca. Tiene los ojos claros y la piel pálida de los eslavos.
Me respondió con los ojos, en un lenguaje de lágrimas contenidas. No pudo disimular el miedo. Y yo, como un perro, cuando huelo el miedo me excito. Le pregunté si efectivamente iba al ABC y contestó con evasivas. O fingía no recordar, o en verdad había olvidado a dónde iba. Temí que no estuviera lúcida; si no están lúcidas no sirven. Me apreté contra ella. Cuanto más sentía su calor, más me gustaba. Me dio culpa haberle mentido. Nunca tuve una abuela checoslovaca, pero no era momento de decirle la verdad. Lo cierto es que me recordaba a mi anciana de Zapala, la de los ojos de esmeralda. Qué delicia mi anciana de Zapala. Lástima que con ella fue todo tan rápido. Me habría gustado disfrutarla un poco más, pero tuve que apurarme. Todo por esos turistas. Y eso que había un cartel de “no acampar”. Pero no respetan nada. Y ahí estaba yo, haciendo mi trabajo, mientras esos turistas armaban la carpa a unos metros nomás. Recuerdo la cara del chico que me descubrió entre los arbustos. Estaba tan asustado que se hizo encima. Se quedó observando en silencio, inmóvil, y yo aproveché para escapar. Por suerte nunca me encontraron. Esa fue la única vez que me salió mal, y eso que llevo años en este oficio.