viernes, 31 de julio de 2009

El bungalow rebelde









Al tope de la colina había un punto panorámico. Ahí se había construido un complejo de bungalows, que en el pueblo era uno de los más cotizados. Todo iba bien hasta que un bungalow rebelde comenzó a apartarse de los demás. Un día se alejó apenas unos pasos, luego unos metros, y en poco tiempo aprendió a bajar al lago. Esto espantó a algunos turistas y atrajo a otros. Por las noches se armaban fogones y se contaban historias de fantasmas. El complejo se convirtió en zona de culto para los amantes de las historias fantásticas. Se decía que cuando todo quedaba a oscuras, el bungalow rebelde iniciaba su bajada hasta la orilla del lago.
Un día el dueño del complejo se cansó de las historias oscuras y contrató a un escuadrón que se ocupaba de controlar a los depredadores de la zona. El escuadrón desarrolló un dispositivo especial que le permitió medir la franja horaria en que el bungalow rebelde se movía, y el tiempo que tardaba en desplazarse hasta el lago. Después de varios estudios e intentos infructuosos por detenerlo, se descubrió que las fases lunares alteraban su recorrido: En cuarto creciente descendía en zigzag, en cuarto menguante bajaba en línea recta por el camino más corto, en luna llena daba vueltas sobre sí mismo siguiendo un trayecto aleatorio, y en luna nueva se aletargaba sobre sus cimientos.
El escuadrón aprovechó la etapa de letargo para tender cepos a lo largo del camino por donde se deslizaría el bungalow rebelde. Cuando la luna entró en cuarto creciente, el bungalow rebelde inició su bajada en slalom, esquivando pinos y arrancando el césped. Antes de que pudiera darse cuenta, estaba atrapado. En un instante las columnas se tumbaron, las vigas se vencieron, y los bloques de madera se diseminaron por la colina. Bailaban y avanzaban hacia la orilla como un ejército de leña. Un desfile interminable de objetos se desmoronó por la ladera: cacerolas, lamparitas, inodoros, maniquíes, la biblia de los Gideones, animales embalsamados...
Los fragmentos de madera llegaron a la orilla y saltaron al agua en busca de la salvación, pero no fueron más que una flota de astillas a la deriva. El escuadrón armó una fogata y tendió una red en la superficie del lago. Los restos del bungalow rebelde fueron capturados y arrojados la hoguera. Desde entonces el pueblo entero se desliza por las colinas, atrapado en una nube de humo.


miércoles, 29 de julio de 2009

Eterna bella durmiente


El príncipe intentó saltar el muro, pero resbaló y cayó con tal mala suerte que se fracturó las piernas. Gritó y gritó, pero nadie pudo escucharlo. Y así el príncipe fue muriendo de a poco: un poco de dolor, otro poco de frío, y otro poco de hambre. Y la princesa nunca despertó.

jueves, 23 de julio de 2009

Chocolate con huevo blanco



Entre otras golosinas, a Hernán le gustaba comer una barrita de chocolate amargo con el café. Los que lo conocían siempre le regalaban alfajores, bombones, y caramelos. Era una de las noches más frías del año, y Hernán encendió la televisión y preparó un café con Amarula. Fue a buscar su barrita de chocolate, y recordó que había terminado la tableta la noche anterior. No iba a salir a comprar. Revisó la alacena. Sus golosinas estaban catalogadas, y algunas las atesoraba para ocasiones especiales. Encontró un huevo de chocolate, envuelto en papel dorado, y con una cinta de seda color granate. Unos amigos lo habían traído de algún lugar de Europa. Shokolade mit Eiweiss, decía la etiqueta. No sabía alemán, y tradujo: chocolate con huevo blanco. En cuanto lo desenvolvió, un aroma delicioso inundó la habitación. Apenas lo tomó entre sus dedos sintió algo crujiente. El huevo estaba levemente cascado y algo se movía en su interior. Lo apoyó sobre el papel brillante y lo observó. Mientras pensaba que debía ser un huevo con corazón, la cáscara se rompió, y una lluvia de merengue se desparramó sobre la mesa. Escondida entre los escombros había una casita tirolesa.
Hernán llamó a la puerta. Un señor diminuto y con voz finita respondió, y lo invitó a pasar. Era una casa de montaña, con muebles rústicos y cortinas de algodón a cuadritos rojo y blanco. La ventana tenía macetas con flores anaranjadas, y a través del vidrio empañado se veía nevar en el jardín. Para paliar el frío, Hernán se sentó junto a un hogar de leños. Se quedó observando al anciano, que derretía caramelo en un caldero, y chocolate blanco en una olla de cobre. El hombre abrió un armario y Hernán observó asombrado los diferentes frascos de vidrio marrón, verde y azul. También los había de porcelana y de losa. El anciano eligió uno, aparentemente al azar. Estaba lleno de arañas. Las arrojó al caldero, vivas. Después de unos segundos, las escurrió con una espumadera, las esparció en una tabla, y las llevó a enfriar al jardín. Hizo el mismo proceso con lagartijas, con caracoles, y con insectos. Hernán probó una libélula. Las alas crisparon en su boca como una hoja seca y le hicieron cosquillas en la lengua.
El anciano dispuso los moldes para el chocolate a lo largo de una mesada de mármol. Había varios modelos, pero los de más salida eran los corazones. Con una agilidad inusual para su edad, vertió el chocolate y lo rellenó con los caramelizados. El trabajo estaba casi listo. Sólo faltaba uno: el de forma de huevo. El anciano le dijo a Hernán que se preparara, que era su turno. Antes de que Hernán pudiera reaccionar, el anciano dio un silbido y una bandada de cuervos entró por la chimenea. La habitación se pintó de negro. Con picos y garras los cuervos tomaron a Hernán por la ropa, y lo echaron al caldero. Rápidamente el anciano completó el trabajo. Hernán sintió el calor del chocolate, el ruido sordo del anciano sellando el huevo, el aleteo de los cuervos que se perdía en el silencio de su ataúd de golosina. Tanteó las paredes, las empujó, las arañó, pero no cedieron. Apenas unas pequeñas astillas se le clavaron debajo de las uñas. Respiró la opresión. Se ahogó en lágrimas. Y comprendió que el círculo se había cerrado.

Dedicado a Martín Orellano


martes, 21 de julio de 2009

El elixir del hada verde







Ella siempre pide lo mismo: un vasito de ajenjo. Bebe y recuerda cuando era feliz. Cuando bailaba el Can-Can y los hombres enloquecían. Cuando lo vio por primera vez, sentado en la platea, con su aire intelectual y sus ojos ahumados. Cuando renunció a todo para casarse con él: dueño de un modesto departamento en la Rue Lepic, pero sin una moneda. Se recuerda novia y los ojos se le empañan. Novia sin vestido, sin vals y sin alianza.
Él toca el piano en un restaurant de Montmartre. Ella en invierno vende castañas en el Boulevard de Clichy, y en verano espera que regrese el invierno. Él casi siempre cena en el restaurant. Ella casi nunca. A veces, cuando el estómago le hace ruido, ella va al restaurant de Montmartre y espera que él la invite a sentarse. Y si él está con una mujer, ella finge no verlo, pide una copa en la barra y regresa a casa.
Ella se sienta en la punta de la mesa, y come, y bebe, y sueña. Y languidece mientras él mira por la ventana. Y él cree que ella sufre porque no tienen dinero, porque la engaña con otras mujeres, por el desamor. Él cree saberlo todo. Pero lo que él no imagina, es que ella está con él por un techo, por un plato de comida, y por un vaso de ajenjo.


lunes, 20 de julio de 2009

Frases sueltas



Dijo la maceta que si la siguen moviendo de acá para allá, se va a ir al Jardín de Paz.



Hay tres clases de velas: las que te llevan a navegar, las que te iluminan, y las que se te cuelgan de la nariz.


El sabor de la rueda es redondo en boca, con aroma a bosta de caballo y notas de madera.


Dentro del vaso de agua, los dientes de la abuela parecen postizos.


Por cada vampiro asesinado, rodará una cabeza de ajo.


Si la sábana de mis padres no hubiera tenido un agujero, hoy yo no estaría acá.


Los esquimales no saben lo que es tirar la casa por la ventana.


El único que puede entenderme es el dado.


El cuchillo tiene un sabor tajante.


Antes los delincuentes tiraban la piedra y escondían la mano. Hoy usan guantes.


"Hoy me tenés miedo, pero un día vas a perder la cabeza por mí", le dijo la guillotina a María Antonieta.


domingo, 19 de julio de 2009

El conejo de madera





Cuando Carla llamó a Yanina para saludarla por el cumpleaños, no se imaginaba que algo terrible estaba por suceder. Yanina había recibido muchos mensajes, su novio la había despertado con un ramo de rosas, y alguien le había dejado un conejo de madera sobre el escritorio. Estaba contenta, pero ese día odiaba su trabajo más que nunca, y la fastidiaba su jefe, que no dejaba de mirarla.
- Las chicas tienen ganas de que nos juntemos esta noche. ¿Qué onda? - dijo Carla.
- Dale, arreglamos más tarde porque tengo que ver a qué hora salgo. Vengo medio atrasada con el laburo.
- Bueno, les mando un mensajito entonces - respondió Carla.
- Sí, mandales. Cambiando de tema, alguien me dejó en el escritorio un conejo de madera, de esos que hay en los negocios chinos. ¿vos sabés si significa algo?
- No, ni idea.
- Y ahora que lo estoy mirando, me parece que esta mañana era más chiquito - Yanina percibió la mirada inquisidora de su jefe. Con el tubo en la oreja, fingió que revisaba unos papeles. En cualquier momento él le diría que si no terminaba a tiempo debería quedarse después de hora.
- Te tengo que dejar - le dijo a Carla.
- Pará. Qué es eso de un conejo de madera que crece.
- No sé…
- Vos me estás jodiendo ¿no?
- No, que sé yo… Por ahí cuando llegué estaba medio dormida y me pareció que era más chico. Esperá, ya te llamo - dijo Yanina, y colgó para atender al jefe, que traía una resma de hojas y una pila de liquidaciones pendientes. En cuanto el jefe se fue, Yanina llamó a Carla.
- Creeme que creció. Cuando llegué me cabía en la palma de la mano, y ahora es más grande que el teléfono.
- Yanina, ¿vos te das cuenta de lo que me estás diciendo? Los conejos de madera no crecen.
- Pero este sí…
- Bueno, andá a cagar. Cuando estés por salir llamame así arreglamos a qué hora nos juntamos.
- No, tenés que creerme - sintió que la mirada de su jefe la apuñalaba por la espalda - . Dame un segundo.
Yanina fingió que colgaba el teléfono, se levantó y fue a buscar un vaso de agua. Cuando regresó a su escritorio, y mientras imprimía unos informes, volvió a levantar el tubo.
- Te juro que no te miento.
- Yanina, te habrá parecido. Preguntale a alguno de ahí a ver que te dicen.
- Acá se fueron todos. El único que quedó es mi jefe, y no quiero que me tome por loca.
- Pero lo que decís no puede ser. ¿No te das cuenta?
- No me creés. Pensás que me lo estoy imaginando, pero te juro que es verdad. Esperá…
El jefe salió de su despacho con el maletín en la mano y se puso el abrigo. Le dijo a Yanina que era tarde, que se iba, y que le deseaba un feliz cumpleaños. Que antes de irse apagara las luces, y que dejara la llave debajo del felpudo.
- Es un hijo de puta. Se fue, y me dejó sola.
- Mejor, más tranquila.
- No, no estoy tranquila con esto del conejo. Carla, se mueve - se largó a llorar. - No lo soporto. Ahora te llamo desde otro teléfono.
Revolvió la cartera buscando un pañuelo, pero no encontró. Fue al baño, se lavó la cara, y buscó un teléfono desde donde pudiera ver al conejo.
- ¿Qué pasó?
- Ya te dije que se mueve, y ahora está tomando el agua de mi vaso. Tengo miedo Carla.
- Bueno Yanina, basta. Voy para ahí.
- No, no vengas. Me voy a casa.
- No, no andes sola por la calle. Yo te voy a buscar.
- Carla, me mira - a Yanina le temblaba la voz. - Me mira con sus ojos rojos . Y hace eso que hacen los conejos con el hocico. Me muestra los dientes, Carla.
- Andate Yani, yo ya voy. Esperame en la puerta.
- Carla no cortes, no me dejes...

Dedicado a Ana GyS, la dueña del conejo

viernes, 17 de julio de 2009

Estigma





Ella entró en la habitación y cerró la puerta. Llevaba el brazo extendido y la mano abierta y liviana, como quien sostiene un pájaro. Los dedos levemente arqueados formaban un cuenco que guardaba algo pequeño y brillante.

El pensó que ella había encontrado un objeto valioso. Se puso los anteojos y se acercó para verlo bien. Sintió una profunda decepción cuando descubrió que se trataba de una sustancia transparente, de aspecto gelatinoso.
- Qué tenés ahí - preguntó.
- El estigma de la Gripe A - respondió. Y se frotó las manos.


miércoles, 15 de julio de 2009

Neumónides






Neumónides, hija de Hisópados y Pandemia, fue un espíritu elemental del aire. Los Dioses le otorgaron la gracia de la sanación. De sus fauces fluía un polvo de estrellas capaz de curar cualquier enfermedad. Para no perder su poder, Neumónides no debía beber más que agua.
Llegaron las Fiestas Vacunales, y Neumónides probó una gota de vino. Le gustó tanto que no pudo parar de beber. Cuando el vino se acabó, se embriagó con alcohol en gel. Los Dioses, furiosos, le quitaron su poder, y echaron sobre ella una maldición: a partir de ese momento, Neumónides viviría enferma, y enfermaría para vivir.
Fue desterrada a la Isla de Gripea, donde la ataron a una roca con sus propios cabellos, y le colocaron un barbijo para que no pudiera volver a beber.
Cuando los navegantes pasan frente a la costa de Gripea, el mar se encrespa y se oye una tos, que es un lamento.

De la Teogonía Apócrifa de Asfixyón


martes, 14 de julio de 2009

La soldadora de plomo






La soldadora de plomo se resistía a ser una simple herramienta. Ansiosa por cambiar de vida se rebeló, y cuando su dueño la encendió, ella sólo se limitó a derretir el plomo. Así fue que un día, del plomo derretido nació un soldadito. Era un soldadito pequeño y muy simpático. A la soldadora le gustó, y decidió que a partir de ese día, trabajaría para dar vida a nuevos soldaditos. En menos de una semana armó un ejército.
Los soldaditos comenzaron a expandirse por todo el mundo, hasta que se convirtieron en plaga. Salían de la ducha, de las bocas de tormenta, y por el tubo del teléfono. De día se ocultaban en las ramas de los árboles, en edificios abandonados, y en cajas de pañuelos descartables. A la noche salían a buscar comida. Esperaban que la gente se fuera a dormir, y cuando todo estaba en silencio saqueaban supermercados.
La soldadora siguió trabajando, hasta que un día el plomo se terminó. Entonces se apoderó de los soldaditos que tenía a mano, y ensambló unos con otros. Así nació una raza de soldaditos mutantes. Algunos tenían dos cabezas, otros eran mancos, y los menos afortunados no eran más que esquirlas desorientadas que respiraban y se arrastraban.
Los soldaditos originales infructuosamente planearon estrategias para defenderse de los mutantes. En pocas horas los mutantes fueron mayoría. Los soldaditos de ambos bandos se fundieron en una maraña de plomo que se desenredó y se esparció sobre la soldadora. Un olor a cable quemado y un ruido a turbina ahogada invadieron el taller. La soldadora suspiró una bocanada de humo negro y murió.

viernes, 10 de julio de 2009

Mineral








Sos sal de un mar dulce
hielo ígneo
plomo certero
lacre de mis secretos

Sos una roca espejada
arena de médanos subterráneos
diamante embrutecido

Y yo soy cairel de un candelabro extinto
que entre tus manos de talco
se estremece y se opaca

Tu piel de mercurio se escurre entre mis dedos
y me envenena

Tu aliento de azufre se enreda en mi cuello
y me ahoga

Hombre acorazado
mis lágrimas no oxidan tu armadura
mis gritos no hacen eco en tu oquedad

Fui tu reina
y en mi trono de vidrio astillado
me coronaste con alambre de púa