viernes, 23 de septiembre de 2011

Alphaville







En Tokio es un sábado de esos en que el calor de la mañana anticipa una tarde agobiante. Sentada a la sombra de un cerezo, Aiko escribe una tesina sobre Jean-Luc Godard. Fue la primera en llegar al parque. Después de varias páginas y mucho transpirar, en su botella de agua no queda ni una gota. Tarde o temprano tendrá que cruzar hasta el kiosko. La inquieta la idea de perder su ubicación privilegiada. No obstante, sigue escribiendo.
En Buenos Aires el viernes está por terminar. Gastón deja un jarro de café sobre la mesa y se recuesta en el sofá. En un rato llegarán sus amigos para la previa. Con los v
idrios empañados por el vapor de la ducha, el calor de la estufa, y el humeante ectoplasma del café, cae en un estado de absoluto sopor y se queda dormido escuchando Big in Japan.
En Tokio es lunes. Aiko está a punto de salir. Mientras se peina, canta una canción que están pasando en la radio y ensaya gestos frente al espejo emulando a una estrella de rock. Sólo resta ponerse perfume y estará lista. Con las llaves en la mano y la cartera al hombro se resuelve a apagar la radio pero no encuentra el control. En el ínterin suena Forever Young. Mira la hora en su Blackberry. Espera a que la canción termine y se va.
En Buenos Aires Gastón acaba de despertarse. Tiene el estómago revuelto y le pesan los ojos. Se moja la cabeza con agua fría. Está desnudo y de pronto siente el invierno en los huesos. Va a la cocina y toma un vaso de leche tibia. Después de un baño de inmersión se recompone. Alguien le prestó una vieja película francesa de ciencia ficción. Gastón se recuesta en el sofá y e
nciende el DVD. A partir de ahora, todo es posible.














lunes, 5 de septiembre de 2011

25x4 puede ser demasiado



De todas las cosas que me ha tocado sufrir, esta anécdota es la que me deja el recuerdo más ingrato. Yo estaba en mi habitación, tirado en la cama con una lapicera en la mano y un cigarrillo en la otra. Trabajaba en una nueva novela cuando todo comenzó. Creo que olvidé que era mi cumpleaños. Tal vez quisieron darme una sorpresa, o tal vez yo mismo organicé todo y hasta el día de hoy no puedo recordarlo. La cuestión es que oí ruidos y bajé a ver qué pasaba. Los invitados habían invadido hasta el último rincón del living. No era la primera vez que la casa se llenaba de gente. En el jardín un barman preparaba los tragos más exóticos. Yo estaba de entrecasa, y me dio un poco de vergüenza que la gente me viera así. Subí a ponerme algo más elegante. Mis amigos más íntimos me escoltaron hasta la habitación. Mientras revolvía el placard escudriñaron mis escritos. Les pedí por favor que no tocaran nada, pero se repartieron las hojas y las leyeron a los gritos. Parecían empeñados en irritarme. Me puse unos vaqueros de botamanga angosta y una remera que nunca había usado. Cuando uno está molesto hace cosas impensadas. Esa remera me la había regalado mi ex, que en entonces era la novia de mi mejor amigo. Sé que vestirme así fue un acto provocativo. Ella estaba en el living y me vería y recordaríamos viejos tiempos mientras Juan observaba. Si no pedí disculpas fue porque ni siquiera me animé a intentarlo. Con total desparpajo me senté junto a ella. Me acarició la cara, me dio un beso sonoro en la mejilla y me preguntó por qué siempre andaba con el ánímo por el suelo. No supe qué responder. Sólo me perdí en su mirada y sentí como mi pene comenzaba erguirse. En mi cabeza se instaló un pensamiento absurdo: si pongo el karaoke y le canto esa canción que tanto le gusta, tal vez en unos pocos minutos tenga la suerte de llevarla a la cama. De pronto ella se levantó. Dijo que iba a buscar a Juan, y a mí se me hizo un nudo en el estómago. Lo mejor habría sido dar una vuelta de página, pero no pude.
Me quedé ahí sentado, contemplando absorto como se alejaba. Me sacudí el pelo, me arreglé el bigote, me soné los huesos, pero no había forma de disimular mi malestar. Les dije que era por la primavera, el polen, las alergias… Hice chistes tontos, como decir que sintético es el que no tiene tetas, y otras cosas más grotescas que no me atrevo a repetir. Estaba tan excitado que hablaba con doble sentido. Bebí sin parar y fumé hasta los sahumerios. Siempre dije que los hombres que lloran por una mujer son maricones, pero de pronto mis ojos de derritieron como plástico caliente. Alguien llamó a la puerta. Me oí decir: la casa se reserva el derecho de admisión y permanencia. Recuerdo voces de chicos. Por aquéllos días se llevaban a cabo las campañas preelectorales. Era común que los jóvenes salieran a la calle a divulgar sus ideas. Pero estos chicos hablaban de cultivos, de plantas que crecían en el armario. Uno tenía un sombrero de copa y un frasco de melaza en la mano; o eso decía la etiqueta. En otro tiempo yo era mucho más liberal que ahora. Si alguien se drogaba con lo que se le daba la gana, no era asunto mío, y no importaba si lo hacía en la calle o en mi propia casa. Así terminé envuelto en asuntos turbios, intervinieron jueces de oficio y hasta el cuerpo de reconocimiento registró mi jardín el día después de la fiesta. ¿A quién le gustaría terminar su cumpleaños con un muerto en el fondo de su casa? Lo cierto es que aunque volvamos atrás, todo se repetiría. Y no hay morfina que calme este dolor, ni que aquiete esta angustia. Si Dios anda silbando nuestros nombres, tarde o temprano nos alcanzará.
Mi mayor error fue tratar de entender algo que estaba impuesto desde el principio. Nunca le dimos importancia a las cosas simples. Íbamos por la vida como bólidos, con nuestros pasos pesados y las cabezas voladas. Nunca se debatió sobre nada; siempre hicimos lo que se nos dio la gana. La ciudad nos quedaba chica. A donde íbamos nos encontrábamos con alguien conocido. Nos divertíamos con toda clase de excesos: drogas peligrosas, sexo desenfrenado, asaltos a personas indefensas. Las calles reconocían nuestras pisadas, y una noche el Obelisco murmuró nuestros nombres. Lo teníamos todo. Hasta que una tarde dos amigos cayeron presos y decidí abrirme. Con la luz apagada, toda clase de imágenes pasaron por mi cabeza. Algunas eran tan extravagantes que comencé a anotarlas. Así como alguien calculó con absoluta precisión el momento de lanzar una bomba, así tuve la certeza de que sería un gran escritor. Con las mandíbulas apretadas por el miedo me senté frente a escribir, hasta que los dedos se me llenaron de úlceras. Era como si estuviera poseído, como si alguien que no era yo se expresara a través de mi cuerpo. Ahora tenía una misión que parecía inalcanzable. Una mujer está acostumbrada a ser sumisa, pero para un hombre la disciplina es algo tan etéreo como la visión del crepúsculo. Mi cabeza volvió a empezar, una y otra vez. Desde temprana edad mis tendencias se inclinaban a valorar el trabajo de los otros, y a desdeñar el propio. Finalmente había llegado mi momento.
Desde que me encerré en la habitación, todo lo que ocurría afuera me pasaba de largo. Si alguien me pregunta por qué me permití volver a descontrolar mi vida aquélla noche de cumpleaños, no sabría qué responder. No alcanza con una fábrica de excusas para pedir perdón. Sobre todo cuando el muerto es Juan. Y aunque se caratuló el hecho como muerte dudosa, yo no puedo dejar de preguntarme quién lo asesinó. Recuerdo las corridas por el techo. El grito agónico que se oyó como un latigazo. La policía entró sin llamar. Hace rato que el gobierno dejó de garantizar la privacidad. No pudimos hacer nada. Entraron como ganado, apuntando con las ametralladoras como si fuéramos delincuentes. Todo fue una sucia trampa. Sé que la señora de al lado siempre me tuvo bronca. Todo porque quiso estar conmigo y no le dí cabida. Cuando era chico esa mujer era el centro de atención, pero ahora ni siquiera sirve para centro de mesa. Esa pervertida, madre y abuela, lleva jóvenes a su casa; menores de edad. Estoy seguro de que esa noche estuvo en mi casa, pero no puedo probarlo. Ni siquiera recuerdo haberla visto, pero sé que estuvo ahí. Días atrás había armado una polémica porque no podía devolverme unos dólares que le había prestado para que arreglara la humedad de la medianera. Dio vuelta las cosas. Dijo que la humedad era mía y que le había hecho pagar el arreglo. El tiempo le arrancó las mentiras de los labios. Yo le había sugerido llegar a un acuerdo, pero ella chillaba como una chancha parturienta. Todo quedó en la nada, hasta aquella noche fatal, en la que comprendí que si un hombre no es agudo, puede ser grave.




Acá van las veinticinco palabras por párrafo, tomadas de cuatro libros diferentes y respetando el orden:


Paul Auster - La trilogía de Nueva York
Cosas - ingrato - habitación - trabajaba - comenzó - creo - invitados - vez - barman - ponerme - empeñados - vaqueros - está - porque - intentarlo - junto - preguntó -suelo - erguirse - pensamiento - canto - minutos - tenga - estómago - página


William S. Burroughs - El almuerzo desnudo
Arreglé - primavera - chistes - sintético - tetas - sentido - maricones - plástico - permanencia - chicos - preelectorales - cultivos - armario - sombrero - melaza - tiempo - liberal - asuntos - intervinieron - cuerpo - reconocimiento - gustaría - volvamos - morfina -silbando

Norman Mailer - Los desnudos y los muertos
Error - entender - impuesto - importancia - íbamos - pesados - debatió - ciudad - murmuró - cayeron - apagada - calculó - mandíbulas - miedo - úlceras - misión - acostumbrada - hombre - visión -crepúsculo - volvió - empezar - temprana - inclinaban - momento

John Kennedy Toole - La conjura de los necios
Ocurría - pregunta - fábrica - muerto - dudosa - techo - oyó - policía - gobierno - ganado - trampa - señora - centro - pervertida - madre - jóvenes - polémica - dólares - tiempo - arrancó - labios - sugerido - chillaba - hombre - grave



sábado, 6 de agosto de 2011

El monstruo debajo de la cuna




Ahí está de nuevo. Está rascando abajo de la cuna. No puedo bajar, porque si bajo me puedo caer. Y si me caigo, mamá me va a pegar. Por desobediente. En el comedor diario suena el reloj. Creo que conté diez campanadas. O once. Sé contar y también sé leer. Leer desde los cuatro. De corrido. El mounstro bostezó. Me parece que se arrastra. No puedo mirar. No quiero más esta cuna. La pieza de los abuelitos está vacía. Podría dormir ahí. Pero me da miedo porque el tío sonámbulo se levantaba de noche y abría la puerta del patio. Y la pieza está al lado del patio. El tío no vive en casa. Tiene su casa, con mi tía. Pero a mí igual me da miedo. Acá también me da miedo. Mi mamá se levanta y se va al balcón a tomar cerveza con los abuelitos. La abuelita toma cerveza negra. Le gusta la cerveza negra. El abuelito no sé. Cuando estaban vivos iban al bar alemán. Ahora son esqueletos que toman cerveza. Yo no los conocí. A veces vamos a visitarlos al cementerio. Tomamos el colectivo que va derecho por Triunvirato y pasamos por donde están los tranvías. No andan más los tranvías, pero los guardaban en esa esquina.
Mi mamá levanta la persiana y entra la luz de la calle. Cierro los ojos muy fuerte para no ver cuadrados en la pared. Se mueven. Es como en el cine; todo oscuro y luces cuadradas que se mueven por la pared. Pero no me gusta este cine. Me gusta Bambi. Cuando me operé de la garganta me regalaron un Bambi de peluche. Me parece que el mounstro está empujando el colchón. Quiere subir pero no puede porque la cuna es alta. A veces juego a que es un barco y subo a mis muñecas y vamos por el mar y estamos a salvo porque el agua no nos toca y volamos como en el Mago de Oz.
Mi mamá se fue al balcón y subió la persiana. Un día va a saltar. Extraña a los abuelitos. Papá trabaja o duerme. Un día estaba podando la parra y mamá le decía que tuviera cuidado, porque caminaba por la pérgola y se podía caer, y yo le dije: ¡papá, bajate que si te pasa algo quién va a traer plata a casa. El mounstro tiene las uñas largas y araña las patas de la cuna. Se acerca cada vez más. Está subiendo por el respaldo. Angel de la Guarda, dulce compañía, no me dejes sola ni de noche ni de día. Tengo que pensar en cosas lindas, como dice La Novicia Reblede. Cuando tenés miedo pensá en cosas lindas. Pero en el placard está el corset de la abuelita vieja y está el bastón de la abuelita vieja. Y la abuelita vieja está muerta. Murió antes que la abuelita porque era más viejita. La abuelita vieja comía mucha zanahoria y desde la terraza leía las patentes de los autos. Pero igual se murió. Y era sonámbula como el tío. Se curó cuando la llevaron a Lourdes. Era francesa la abuelita vieja. Mi papá es español. Fue a España cuando yo tenía cuatro, pero no me llevó. Y la tía me compró un librito con un gatito, porque a mi me gustan los gatitos, que cuando le apretás la tapa hace “miau”. Y me dijeron que me lo compró mi papá pero yo sé que fue mi tía.
Mi tía murió el día que cumplí seis. El mounstro se está metiendo abajo de la almohada. La casa es grande y tiene ruidos. Yo la ayudo a mi mamá a rasquetear el piso y después andamos con los patines para no ensuciar. Me gusta el olor de la cera. Me gusta quedarme en el comedor. Entra la luz del sol y se ven los microbios. Hay un tocadiscos y pongo discos de Chopin y de Nicola Di Bari. Me gusta el Claro de Luna de Beethoven. Y el Cascanueces de Tchaikovski. A veces los pongo y canto y bailo. Quiero ser actriz. Le escribí una poesía a mi maestra. La fuimos a ver a la casa porque tenía cáncer. Al velorio no me llevaron, pero mi mamá dice que estaba en el cajón con las uñas pintadas. Mi maestra es linda, mi maestra es buena, y tiene un corazón que no le da penas.
El mounstro me está tironeando la almohada. Me la quiere sacar. Es mía la almohada. Mi mamá tarda mucho. Cuando se va a hacer los mandados y tarda mucho pienso que la atropelló un auto. Me deja encerrada en el escritorio del abuelito porque tiene miedo de que me caiga por la escalera. Siempre me caigo por la escalera. Me gusta pisar en la parte finita. Antes me entraba el pie lo más bien pero ahora que tengo el pie mas grande siempre me caigo. Mi mamá me dice que baje por la parte ancha pero a mi me gusta ir por la finita. Por eso me encierra para que no me pase nada. Y yo juego en el escritorio. En los cajones hay unas cintas de seda y unas letras doradas. Juego a armar palabras. Mi primo dice que son de las coronas pero mi mamá dice que es mentira. Pero para mí que es verdad, porque mi mamá guarda todo. En el escritorio hay avisos fúnebres. En la pieza de los abuelitos están los dientes postizos en la mesa de luz.
Un día me acosté arriba del escritorio y mi mamá me dijo que no haga eso nunca más, que ahí ponían a los muertos. A mí me hizo algo raro en la espalda. Como ahora que sé que el monstruo está abajo de la cuna. Ahí viene mi mamá. Parece un fantasma con ese camisón blanco. Cierro los ojos fuerte para que no sepa que estoy despierta. Para que se vaya a la cama y no camine más en la oscuridad. Para que no hable con esqueletos. Para que se vayan los cuadrados de la pared. Para que yo no tenga miedo y pueda dormir. Ojalá me agarre el mounstro y me lleve.



domingo, 26 de junio de 2011

Axón y Dendrita



Nuestro asombro infantil. Las caras divididas por la máscara del tiempo. La efervescencia de dos vidas espirituosas. El presente borrado. Sonrisas fictas. Las almas vendidas en mesas de dados.
Un consomé de manos, de esmeraldas, y de antifaces. Un susurro soplado en vidrio de Lalique. Un silencio alojado en eslabones de música. Sonidos desmayados en la cama. Carcajadas encapuchadas. Puertas aladas. Y la casa cerrada para siempre.
Salir con los pies sumergidos en oscuros ventanales.El tedio de una vida sin rincones, sin rouge y sin disparos.
Ojos de humo. Pupilas arrugadas. Cáscara de huevo en los párpados y lágrimas de almizcle. Un abismo elevado. La panza llena de arlequines. Amebas de vivos colores bajo las uñas. Y una tropilla de hipocampos cabalgándonos en el pelo.
Dos sillas frente al mar, caña quemada y un brindis. Una borrachera. Fotos perfumadas.
Tan distintos y tan inseparables. Con los cuerpos anillados como serpientes.





martes, 14 de junio de 2011

Narcolepsia



Un toro me persigue como un recuerdo mal parido. Una manada de tapires me acorrala. El aire se tiñe de rojo. Una lluvia de granates me ciega. Me rescata un conejo vestido de torero. En la última estocada zanahorias lo ovacionan.
Navego a la deriva en un barco de azúcar, por letrinas de aguas humeantes. La niebla se eleva en figuras musicales. A lo lejos redoblan timbales de arroz. El barco se disuelve y me ahogo en un mar de estrellas.
Me encadenan a una calesita de fuego. Una tropilla de caballos de marfil galopa alrededor. Vuelan cabezas de querubines. Me cocinan en ollas de madrugada. Lágrimas cenicientas acribillan mi cabeza de turmalina. En pérgolas subterráneas florecen labios, y huipiles, y sábanas infinitas.
Bailo un vals abrazada a una araña. Lloramos sueños de papel. Mi silencio se llena de mandolinas. De soledades. De abominable paz espasmódica. De pantuflas azuladas de espuma. De pulmones alados.
Esponjas blancas babean traiciones. Elefantes amarrados a un recuerdo se columpian en el espacio. Sapos estampados en cuadernos protestan su agonía. Hasta las ratas a veces se lanzan en parapente. Que me deje la conciencia.


viernes, 10 de junio de 2011

Impostor



Un día nos quedamos sin oraciones. Él se las llevó. Llegó vestido de monje benedictino, con camisa de lana y escapulario, como en la Edad Media. Debimos sospechar. Cegados por la fe lo dejamos entrar. Se arrodilló frente al camarín de la Virgen y rezó con nuestras palabras. Las pronunciaba con devoción. A medida que repetía la letanía elevaba su voz y nuestras oraciones se elevaban con él.
De pronto, ante nuestras miradas atónitas se desplazó hacia la cúpula, suspendido en el aire, fundido con los santos perpetuados en el techo. A través de su piel se abrieron paso haces de luz. Su brillo se hizo tan potente que estalló en llamas. Se encendió como un sol.
Quedamos ciegos por un rato, con el eco de sus rezos retumbando en nuestros pechos. Desapareció a través del óculo y dejó una estela que aún hoy se levanta sobre nuestro templo. Se fue para no regresar, y con él se llevó nuestras oraciones al pasado de donde había venido.

Ahora somos copistas y anotamos nuevas letanías. Estamos desnudos. No tenemos frío; nos abriga la fe. Preparamos nuestros trajes para la venida. Nos tejemos camisas los unos a los otros. Tallamos escapularios. Pronto estaremos listos para regresar.




domingo, 22 de mayo de 2011

Infinito



No sabían que venían del futuro. Entraron al bar. Parecía detenido en los años ochenta. No sólo por el diseño pasado de moda, sino además porque estaba lleno de gente con peinados voluptuosos, vestidos con telas brillantes. Se sintieron rodeados de aquéllos viejos vinagres de New York City, ahora más viejos que nunca.
Previendo una huída precipitada se ubicaron cerca de la puerta: punto estratégico para avistar a los habitués que seguían llegando. Pidieron una Piña Colada, un Margarita, un Cuba Libre y un Destornillador. No tenían Wi-Fi. Ni siquiera había señal para los celulares. El mozo les ofreció jugar con un Coleco Vision.
Con ojos desorbitados observaron a un grupo que bailaba junto a la Rockola temas de Cindy Lauper y de Rick Astley. De dónde había salido toda esta gente. Unos muchachos vestidos de negro, que parecían estar en el lugar equivocado, colocaron una moneda. Entonces sonó una canción de Bauhaus, y la fiesta terminó.
Pidieron la cuenta. Sólo aceptaban pagos en efectivo o con Argencard con un recargo del 20%. Dejaron diez autrales de propina y se levantaron de la mesa. Junto a la vereda se destacaban Coupé Torino y un Ford Escort. Ellos se subieron a su Mini Cooper. Después de todo, el infinito siempre tiene forma de elipsis.

martes, 17 de mayo de 2011

Polimorfo

En un pueblo perdido en el medio de la nada un monstruo polifacético aterroriza a los vecinos. El monstruo adquiere diferentes formas, colores, y emana líquidos fosforescentes que han dejado ciego a más de uno. La hermana del novio del tío de la maestra dice haberlo visto. También lo vio la esposa del hijo de la cuñada de la madre del cura. Aparece las noches de fiesta, cuando los vecinos ya tienen encima dos o tres botellas de aguardiente. Ataca a los ancianos y les roba la dentadura. Anda desnudo y tiene un par de bolas grandes como las de un carnero, y las tetas chiquitas y puntiagudas como havanettes. Entre las formas que adopta se encuentran el previsible carnero, perro, caballo, sanguijuela, marmota, zarigüeya, y a veces se mete en el cuerpo de las suegras y las obliga a suicidarse.




sábado, 7 de mayo de 2011

Buenas noticias


Los colores del río le inundaron la cabeza y los ojos se le llenaron de barcos a vela. Entonces lloró como un pez. Había llegado el momento. El mandarín de porcelana azul le dio un abrazo. Sacó sus perlas y las sumergió en agua hiviendo. Fiesta.
Ella se cubrió la cara con una mantilla y entró a la iglesia con la frente en alto. Se arrodilló a sus pies. Un remolino de gatos giró alrededor de su cabeza. La desatornilló y la apoyó sobre el reclinatorio. El cáliz iluminó sus labios sellados con almíbar hirviente.
Él también bebió, deleitándose con las llagas que le latían en el paladar. El almíbar le quemó la lengua, le arrancó la piel. La sed le desgarró las entrañas. Lo encontraron con la boca abierta y se la cerraron de un portazo.

esquirlas en el altar
amatistas de terciopelo
sudor índigo
sangre ultravioleta

Siempre es así, los árboles atrapan moscas cuando tienen hambre.

viernes, 6 de mayo de 2011

Letras prestadas



Si Juan no se hubiera ido a Viena todo habría sido diferente. Pero ahí estaba yo, sola y asustada, con el recurrente presentimiento de que algo terrible iba a suceder. Apenas me relacionaba con la gente del hotel; personajes itinerantes que venían a hacer el trabajo sucio que un londinense jamás haría. No es que quiera justificarme; sé que cometí un error y me culpo por ello, pero no fue mi culpa sentirme a la deriva en un momento tan difícil.
Quién sabe cuánto tiempo me había estado siguiendo. Cuando me doy cuenta me siento desorientada. Llovizna. En la calle casi no hay gente y siento su presencia enquistada en mi espalda. Entro a un pub con la ingenua esperanza de que se pierda en la noche, pero entra detrás de mí. A la vez que pide permiso se sienta a mi mesa. Tiemblo. Abro la cartera y busco un cigarrillo. Con la destreza de un prestidigitador saca un encendedor del bolsillo. Sus ojos se llenan de fuego y sus rasgos flamígeros se atenúan. Me siento hechizada y me dejo llevar. El miedo se disipa. Pierdo la cuenta de las cervezas que tomamos. Me habla de Mexíco, de su hermano muerto, del sol, de volcanes y de pirámides. Trabaja en el puerto. Lo imagino con el torso desnudo. Levanta una caja y la hace bailar con un solo dedo. Se agacha y su espalda se despliega como las alas de un cóndor. Sus fuertes músculos se contraen levemente cuando levanta otra caja. Gotas de sudor le surcan las sienes como ríos. Deseo navegar todas sus aguas. No puedo controlarme. Sigo temblando, pero ya no es el miedo lo que me mueve.
Durante treinta y cuatro años he vivido en un cuarto rosa. Es mi color preferido y me conecta con recuerdos de mi infancia. Cuando llegamos a Londres lo primero que hicimos fue pintar la habitación para que no fuera tan diferente a la de Barracas. Hasta el techo pintamos de rosa. Juan decía que vivíamos adentro de un chicle. Fuimos felices, pero eché todo a perder. El ex clavadista vino a casa la primera noche. A juzgar por su expresión debió pensar que entraba al cuarto de una niña. Usé todas mis artimañas para demostrarle que era una verdadera mujer. Lo hicimos varias veces. No pude evitar compararlo con Juan. No sabía besar. Sus caricias eran torpes. Pero era más salvaje que un animal. Era rustico y tierno a la vez. Hablaba con el entusiasmo del que se empieza a enamorarse. Y Ahí estaba yo, engañando a dos hombres a la vez, sin pensar que algo podría salir mal. Como si ese recurrente presentimiento que me atormentaba cuando conocí al ex clavadista se hubiera diluído bajo la lluvia de aquella tarde inolvidable.
Cuando me levanté el ex clavadista dormía profundamente. Era su día franco y merecía descansar después de tan agitada noche. Le dejé una nota sugiriendo que me gustaría almorzar con él y anoté el número de mi celular. No me llamó. Tampoco apareció por el hotel, ni por el pub, ni me lo crucé en la calle. Llamé a casa pero me atendió el contestador y no me atreví a hablar. Me sentí vacía. Se me hizo un nudo en la garganta. No sabía qué era más angustiante, si la idea de no volver a verlo o la sensación de ser usada y descartada. Quise hablar con Juan. Una parte de mí tenía ganas de acostarse con el ex clavadista y otra extrañaba las manos de Juan, su boca, su risa, los ojos de Juan. Lo llamaría esa misma noche. Salí del hotel, pasé por el supermercado y fui directo a casa. Cuando bajé del ascensor me pareció oir ruidos en el departamento. A medida que avanzaba por el pasillo los ruidos se hicieron nítidos. Escuché arrastrar una silla por el suelo, seguí el sonido de unos pasos que se acercaban y luego el de la cerradura que se abría. Juan había regresado. Tenía las manos bañadas en sangre. Y yo corrí tan rápido como pude.



Durante treinta y cuatro años he vivido en un cuarto rosa.
Truman Capote – El arpa de hierba

Sus fuertes músculos se contraen levemente cuando levanta otra caja.
Norman Mailer – Los desnudos y los muertos

Escuché arrastrar una silla por el suelo, seguí el sonido de unos pasos que se acercaban y luego el de la cerradura que se abría.
Paul Auster – El país de las últimas cosas

Todo comienza con la aparición del ex clavadista.
Roberto Bolaño - Últimos atardeceres en la tierra


jueves, 28 de abril de 2011

El gran baile de carnaval



Bamba no quería ir al baile de máscaras, tenía un mal presentimiento. Pero su obligación era acompañar a Ernestina. Tenía orden de no perderla de vista ni un segundo. No podía negarse, ni buscar otro trabajo. A Bamba la habían comprado junto con su mamá tres años atrás. Tenían suerte de trabajar para una buena familia. Para ellas el carnaval era algo novedoso. Lo veían pasar por la puerta, pero nunca se habían sumado a los festejos. Para los negros el carnaval estaba en la calle y en los tambos, pero a ellas no se les permitía salir. Esa era la primera fiesta para Bamba.
Su mamá le armó unos collares con granos de choclo que tocaban música cuando se agitaban. Con unas sábanas viejas le hizo un vestido blanco como los azahares del naranjo. Bamba tenía miedo de ir a la casa de los Etchegoyen. Decían que en el jardín estaba el fantasma de Don Eusebio, que varios años atrás se había colgado de un árbol. Para protegerla de los malos espíritus, su mamá armó un ramo de lilas y lo prendió del vestido con un broche de talismán, justo al lado del corazón. Con su ropa almidonada y su cara brillante, Bamba parecía tallada en madera.
La casa la administraba el hijo mayor de Don Eusebio, el Doctor Juan. Era el mejor partido de toda la Confederación. Ernestina lo conoció en una tertulia y se enamoró a primera vista. Pasó todo el verano esperando la llegada del carnaval para bailar con él. Sus padres encargaron a Francia un vestido de seda bordado con cristal austríaco. Con su vestido de reina, unos delicados guantes negros, y un antifaz de Venecia, Ernestina estaba espléndida. La brisa húmeda del río se le enredó en los bucles. En su pecho retumbó el vibrante tamborileo de las comparsas. Esa noche conquistaría el amor del Doctor Juan.
Tardaron más de una hora en llegar. Bajaron del carruaje con cuidado de no ensuciarse, pero un caballo dio una coz y levantó una polvareda. Bamba se dispuso a avanzar. Un criado la detuvo. Ernestina se adelantó. Bamba no pudo ir más allá del jardín. A través de una ventana observó el salón de baile. Era más maravilloso de lo que había imaginado. Había una orquesta y la gente bailaba. Todos estaban disfrazados y nadie sabía quién era quién. Personajes ilustres se ocultaban tras las máscaras. Uno de ellos era el Maestro Juan Pedro Esnaola, que poco tiempo después confesó haber tocado el piano en esa fiesta memorable.
A Bamba le llamó la atención el diablo, con su traje rojo y su cola indiscreta que se metía por debajo de las polleras. Estaba rodeado por un círculo de mujeres, que a pesar del antifaz, se notaba que eran hermosas. Un arlequín se acercó a Ernestina y la invitó a bailar. Bamba se sentó en las escalinatas, donde otros criados como ella esperaban a que terminara la fiesta para acompañar a sus amos. Por la puerta pasó una comparsa. Grandes y chicos improvisaban pasos al ritmo del candombe. Bailaban, cantaban y reían. Se los veía felices. Los hombres llevaban antorchas y las agitaban con gracia, como si fueran prolongaciones de sus propios brazos. Algunas mujeres iban con los pechos desnudos y dejaban entrever las piernas. Bajo la luz de fuego parecían hechas de azúcar de caña. Bamba sintió ganas de bailar.
Un baldazo de agua le pegó una cachetada. No supo si venía de la calle o del jardín. Algunos invitados habían salido y corrían entre árboles y estatuas. A donde Bamba miraba había alguien mojado, o mojando a otro. Los hombres iban a venían. Sacaban agua del aljibe y se la arrojaban a las mujeres. Ellas pasaban de la tragedia a la comedia en lo que dura un parpadeo. Se enojaban, se reían, se arrimaban a los hombres para que las mojen de nuevo, y se volvían a enojar y a reír y a mojarse. Bamba no podía abandonar a Ernestina. Empujó para abrirse paso entre la gente. Adentro bebían champagne, vino, y ponche. El que no estaba borracho se había quedado dormido en un sillón, y los más sobrios seguían bebiendo.
Después de dos o tres piezas la orquesta dejó de tocar. El diablo se plantó en medio del torbellino, se subió a una silla, y empuñó un candelabro en forma de tridente. Los criados agitaron las despabiladeras y pronto todo quedó en penumbras. Entonces sonó en el piano una melodía oscura. Un cortejo de penitentes encapuchados y con capirote irrumpió en el salón. Iban vestidos de blanco y llevaban antorchas. A Bamba le temblaron las piernas como si hubiera visto al fantasma de Don Eusebio. Sin darse cuenta apretó el ramito de lilas con tanta fuerza que las flores se desgajaron. Detrás del cortejo, otros encapuchados, vestidos de negro, cargaban un ataúd sin tapa. Adentro había un hombre disfrazado de esqueleto. La gente reía y Bamba no entendía por qué. El falso muerto saltó del cajón y persiguió a las mujeres dando zancadas.
El cortejo salió al jardín, y la gente lo siguió. Los negros se mezclaron con los blancos. Los criados de librea revolearon las casacas. Afuera se oía el canto de los negros que celebraban reunidos en el tambo. Seguía el desfile de comparsas. Había corridas y peleas y risas y lujuria. De repente se oyeron disparos en el interior de la casa. Alguien gritó que habían matado a una persona. Los tambores retumbaron en la panza vacía de Bamba, que tenía las manos húmedas y el corazón agitado. De un carruaje elegante bajaron un caballero y una señorita, los dos enmascarados. Iban vestidos de negro y llevaban la divisa punzó. Como dos fantasmas desaparecieron entre la multitud. Bamba buscó a Ernestina hasta encontrarla. Por suerte estaba a salvo, en brazos del arlequín.
Pronto llegaron los mazorqueros. Reían, gritaban, y pedían vino. Las mujeres los abrazaban, se les colgaban del cuello, jugaban a robarles las lanzas. Dejaron abierto el portón de reja y las comparsas entraron al jardín. El cuerpo ensangrentado del diablo rodó por las escalinatas. Alguien cerró con llave las puertas de la casa, pero la gente entraba y salía por las ventanas. Volaban botellas, comida y almohadones. En un árbol ataron un muñeco de paja y le prendieron fuego. Alguien soltó a los caballos. Los jinetes experimentados los montaron a pelo y corrían carreras alrededor de la casa. Patos y gallinas corrían entre la gente. El arlequín escoltó a Bamba y a Ernestina hasta la calle y se ofreció a llevarlas de regreso.

Poco después el Restaurador prohibiría los festejos de carnaval. Y Bamba estaría feliz de no haberse perdido la última gran fiesta.



sábado, 9 de abril de 2011

Broncas



Detesto a la gente del subte

A los que suben mientras otros bajan
A los que viajan al lado de la puerta
los que te llevan por delante
los que suben la escalera mecánica a pie
tiran basura por la ventanilla
pispean lo que estás leyendo
A los hombres con huevo doble yema que se sientan con las piernas en ángulo y ocupan un asiento y medio

Odio a los que no saben comportarse en un concierto
a los que llegan tarde
Me exasperan los que cuchichean mientras suena la música
los que se sacuden en la butaca hasta hacerla chirriar
Odio a los que no apagan los celulares
Detesto a los que aprovechan cada silencio para toser
desenvuelven caramelos
y con las rodillas empujan el respaldo de tu asiento
Me molestan los que huelen a naftalina
Metería presos a los que en el intervalo critican a la soprano
y a los que dicen que hay mejores versiones
Odio a los que dicen haber estado en el Colón cuando vino Toscanini

En la oficina me dan bronca
los que comen en su escritorio y tiran las sobras en el cesto
los que roban la comida de la heladera
los que ensucian y no limpian
las que se producen como modelos pero no se lavan las manos
y dejan sus cositas flotando
o atoradas en el inodoro
Odio a las que en esos días dejan su huella en la tabla
a las que tiran el papel en el tacho, con todas sus adherencias a la vista
A los que toman mate
y hablan a los gritos
y catalogan a las personas según el sector donde trabajan
o según su función
A los obsecuentes
A los doble faz

Me da bronca que mi portero se meta en todo
Que si no saben que esta mañana diluvió es porque estaban durmiendo
Que si no escuchó el timbre cuando vino el de Edenor es porque estaban durmiendo
Que la fiera está debajo de un auto
y venga a buscarlo que hace frío
Que su papá debe haberse ido a San Clemente porque hace mucho que no lo veo
Que cuando usted se fue a estudiar... porque llevaba una carpeta. Porque usted estudia ¿no?
Que cuando yo llegué la fiera ya estaba afuera, y Gabriel no está porque le toqué el timbre y no contestó. O a lo mejor está durmiendo.
Que Gabriel no está, porque lo vi salir hace media hora, y debe haber ido a trabajar porque llevaba una mochila.
Que está su suegra arriba. Que la conocí hoy, y que yo le abrí la puerta (no sea cosa que estemos durmiendo y no oigamos el timbre).
Que los de al lado estuvieron de fiesta anoche, ¿no? Porque hoy había un montón de botellas. Y si no oyeron nada es porque dormían. No sé cómo habrán hecho para dormir con ese ruido.

Me sublevan los ignorantes que dicen frases como:
Qué genio Freddie Mercury, pero era puto ¿no?
Qué lindo que era Rock Hudson, quién si iba a imaginar que era puto.
Qué desperdicio: Juan Castro era puto.
Y sí, son como Sandra y Celeste (¿cantan?)
Madonna se sacó fotos desnuda: qué puta.
Es negrita pero linda.
Es un lindo negro.
Los negros tienen los dientes blancos.
Los negros tienen blancas las palmas de las manos.
Los negros dan olor.
Mis vecinos son judíos pero nos llevamos bien
Mi mamá tiene amigas judías y son buena gente
¿Cómo que Jesús era judío?

El yorugua
El paragua
El peruca
El bolita
Los argentinos somos derechos y humanos
Acá lo que hace falta es una buena limpieza

Y también me sublevan los hipócritas:
Ahora dicen que Grace Kelly, tan linda, tan princesa, se acostó con medio Hollywood
Lady Di tuvo un amante. Al final resultó bastante atorrantita.
Qué asquerosa esa Wanda Nara haciendo un pete…
Ah no, yo en la primera cita, nunca.

Y si sigo enumerando cosas que me dan bronca voy a llenar el disco rígido
Y ahora me da bronca la rigidez del disco
Y el monitor que se llena de pelusa
Y que brilla con la luz que entra por la ventana
Y me da bronca que el pomelo tenga poco jugo y muchas semillas
Y que la manzana sea arenosa
Y el queso fundido con sabor artificial
Y el postre light con crema de leche

Me da bronca que haya jamón natural y del otro
Que en el barrio no venden gruyere
Ni leche evaporada
Ni queso mascarpone
Que la gente se burla de los chinos porque no hablan bien nuestro idioma
Que nos obliguen a usar lamparitas de bajo consumo
Que los gorgojos vienen mezclados con fideos
Y las piedritas con lentejas
Y la paella coloreada con polvo de ladrillo
La leche rebajada con agua
El dentífrico apretado en el medio
La toalla húmeda sobre la cama
Ser la cambiadora oficial del rollo de papel higiénico

Me dan bronca el baño con hongos y el hollín de la cocina
las sábanas sueltas
la humedad del sahumerio

Que me caguen el taxi
que el colectivo no pare
que el subte haga un paro sorpresivo
que suspendan mi programa preferido para pasar un partido de fútbol
que el médico recete sin revisar
que las iglesias no estén abiertas las 24 horas
el eufemismo de los huevos poché
la indiferencia de los semáforos
las manchas en la pared
el afilador de cuchillos
Dalí y sus pinturas
el Riachuelo abandonado
y la pirámide alimenticia

Pero lo que más bronca me da
lo que no tolero bajo ningún concepto
es
la oquedad humana



domingo, 6 de febrero de 2011

Fantasmas



Se mueven entre nosotros. De día y de noche. Algunos los vemos y a duras penas alcanzamos a percibir su eterna tristeza. Otros cierran los ojos por miedo a verse reflejados en las caras famélicas y desdentadas. Los más cobardes los ven pasar y miran para el costado. A veces nos hablan; nos despiertan de la modorra del subte.
Para muchos, sentirse tocado por alguno de ellos es señal de alarma; para otros: repulsión. Deambulan por su mundo de purgatorio con las barrigas huecas, con las manos tiesas, con los pies descalzos. Creemos que porque son fantasmas no tienen derecho a soñar y los dejamos que sigan su camino errante.
Son leones tirando de un carro que arrastra a una Cibeles de cartón. Y es la misma moneda que ilumina al Moisés, la que los apaga. La obra del artista es la obra de Dios.


sábado, 8 de enero de 2011

Inacción



Un texto sin verbos, sin versos. Un judío converso, sin barbas. La Iglesia y el verso. Y las versiones. Y las visiones. El verbo de Dios. Las visiones de Ezequiel. Las divisiones de Torquemada. Las devociones de lo divino. Las barbas, los Borbones, los berberechos. ¡Qué ricos los berberechos con un poquito de aceite de oliva, papa hervida y pimentón! Pimentón: el pimiento más grande del mundo. Inmundo: el hipogrifo violento de Segismundo. Un Dios barbudo. Una virgen cónica, colorida, como una porción de pizza. Una pizza de vírgenes. Sincretismo gastronómico. La barba de Dios y las babas del Diablo. Los Babasónicos y el coro de los Smiths. Ecos en la torre de Babel. Silencio en la noche de papel. Fuego en la casa de Raquel. De aquél. Sí, de mí. De aquél, dueño de tu amor. De Raphael, Leonardo, Donatello, tortugas arrugas verrugas torturas los curas los papas. A la provenzal, españolas, a la huancaína, en knishes ensalada rusa enjambre ¡qué hambre! De abejas de arvejas de ovejas vejación, vegetación, bosque, tundra. Estepa extensa, espesa. La espera. La espora de la abuela. Las pastillas del abuelo. Los pestillos. Las pestes. El frío. La podredumbre a pesar del frío. Un arrastrar de cadenas. Un eslabón perdido. Un eslabón de lujo. Roble de Eslavonia. La boisserie. Rebanadas de vida amuradas a las paredes de los ricos. Empanadas de tiza apuradas en paladares de los chicos. Campanadas de risa asustadas en malabares de mil bichos dichos nichos. Cementerios, monasterios, ministerios, misterios. Ministro de Dios. Misterio de Dios. Revelación salvación inmolación. Topos de látex. Comadrejas de vino. Hojas de agua. Hojas de parra perro porro. Energía lejía herejía. Culpa, confesión, castigo. Castillo. Martillo. Anillos. El ojo del huracán. ¡Aguante el globo! En cualquiera de sus presentaciones: aerostático, terrestre y ocular. Secular. In secula. Sin mácula. Drácula. Crápulas. Buscapolos, buscaminas, buscadores de tesoros. El oro la lora los lores los torys los toros laToráCoránJehováManá. Alimento de Dios. Diócesis, Némesis, Genesis, Kukulkán. Ku-Klux-Klan. Un clown. Claustros, penales, panales de avispas, pañales de aristas. Artistas. Cuotapartistas. Partidos, parteras, parcelas. Setas recetas profetas estetas. Proxenetas, xenartros, artrosis sístole lejana navegante terrestre trepadora radiante temblorosa sandía diácono onanista tarambana Navidad adalid líder ermitaño añoso soberbio biónico cobarde derrotado dogma sigma estigma. El Alfa y el Omega.