sábado, 27 de noviembre de 2010

Sangre



me encierran
me sofocan
son más
y más
y más

se mueven
se mueren
se prenden
se apagan
no sé si están
dónde están
a dónde van

hasta cuándo
cuántos más
quién sigue
esclavos
de un camino
oscuro

cepos
eslabones de huesos
dislocados
cadenas rotas
y aún así
presos

un juego
un tablero
todos pierden
casillas vacías

volvieron
estan acá
en mi piel
bajo las uñas
se me cuelgan del pelo
bucean en mi sangre
me roban el aire
se me escapan por los ojos
gota a gota







lunes, 22 de noviembre de 2010

Manolo y su quitalina



No fue amor a primera vista, pero bastó con ver a Manolo impresonar su quitalina, para que Lupe no pudiera separarse de él. Ella nunca había tenido un quitalina tan chipirrina entre sus manos. En realidad, nunca había impresonado una quitalina. Recordó su infancia, el día que entró a la habitación de Carlitos y lo encontró impresonando su quitalina. Todo era borroso. No pudo determinar si era tan chipirrina como la de Manolo.
A Manolo no le importó que Lupe fuera inexperta, y con paciencia y dedicación le enseñó a impresonar la quitalina. Le indicaba por dónde era conveniente sujetarla, qué presión aplicar, y cómo poner la boca. Un día se dieron cuenta de que quitalina va, quitalina viene, se habían enamorado. Lupe habló con sus padres y organizaron un asado para que todos se conocieran.
Manolo llegó con la quitalina en la mano. La madre de Lupe sabía de quitalinas, pero la de Manolo la sorprendió. Hacía tiempo que no veía una quitalina tan chipirrina. Era ideal para iniciar a las chicas en la quitalinez. Las hermanas, incentivadas por su madre, enseguida quisieron impresonarla.
Manolo se sentó en el sofá, y las mujeres alrededor de él. Todas parecían encantadas por la quitalina. Se turnaban para impresonarla y se la arrancaban de la boca unas a otras. Manolo reía y transpiraba por tanta agitación. Cuando el padre entró a la sala, Manolo tenía la quitalina apretada entre las piernas y la protegía con ambas manos, mientras las mujeres peleaban por arrancársela.
El padre de Lupe se puso furioso. Desde que Carlitos se había enamorado de una esquimal y se había ido a vivir a Islandia, no se permitía impresonar en la casa, ni con quitalinas, ni con nada. Lupe le dijo que no podían seguir viviendo de recuerdos, que debía olvidar lo de Carlitos, y que les diera una oportunidad a Manolo y a su quitalina.
El padre se acercó a Manolo. Pasó un dedo por la quitalina y comprobó que era suave, de una chipirrinez inusual, y sin embargo se la podía impresonar con facilidad. Quedó tan contento con la nueva quitalina, que inmediatamente aceptó a Manolo como yerno. Con gran entusiasmo propuso que para animar la fiesta de casamiento organizarían una impresonada de quitalina para todos los invitados.


viernes, 19 de noviembre de 2010

Träumerei


soledad cruel
enfermedad incisiva
del abandono
del desamparo esculpido

insensible
aislada en su agresividad canina
dejada del ser

un piano olvidado
el vestido de novia
la tristeza engarzada en mil anillos

cuerpo de marfil
esqueleto de huesos dentados
artífice de lo erróneo

el vacío empuñado
el dolor bajo la piel
ruinas de hielo

y el asesinato del mundo
sepultado bajo un cementerio perenne



lunes, 15 de noviembre de 2010

Riviera



Se recostó sobre las olas. La marea lo acunó. Enfrentó al sol con los ojos cerrados hasta que le ardió la cara. El agua le tapó los oídos con sonidos lejanos y sordos. La música esponjosa de sus pulmones retumbó en su cabeza. Su cuerpo era un fuelle eólico a la deriva. Se dejó llevar. Una gaviota lo acarició con su sombra de izquierda a derecha. El mar olía a vida. Una lluvia de salpicaduras le ardió en su piel de hereje. Se zambulló para aliviar el dolor. Vio burbujas. Oyó voces submarinas. Sirenas. Un pulpo lo arrastró hacia la superficie. Una humareda súbita le nubló la vista. Una multitud se había agolpado en la costa. Había ojos de todos colores. La arena estallaba en brasas. En el suelo, tendido boca arriba, yacía un hombrecito azul. Ya era tarde. Entonces volvió a recostarse sobre las olas. Y se dejó llevar, como si el mar oliera a vida.