Benigno se encontró al pie de la escalera. No recordaba haber salido de su habitación, pero no le dio mayor importancia al asunto: desorientarse era parte de su enfermedad. Había un ascensor muy grande "reservado para uso exclusivo del personal". Los flejes chirriaron y la puerta se abrió. Un muchacho vestido de celeste subió al ascensor empujando una camilla. Llevaba unas sábanas anudadas a ambos extremos que envolvían lo que Benigno pensó sería un cuerpo. La puerta se cerró. "A dónde lo llevaran", pensó mientras regresaba a su habitación.
La puerta estaba cerrada. A pesar de que las ventanas estaban abiertas, un intenso olor a desinfectante lo hizo toser. Se asomó para respirar el aire puro del jardín. Cuando se volvió, notó que la habitación estaba vacía. Desde afuera llegaban voces. Al escuchar su nombre, Benigno salió como una ráfaga. En el pasillo había dos policías. Uno tomaba anotaciones y el otro revisaba unas ropas que Benigno reconoció como propias. Aunque estaba desnudo, con la piel azulada y la expresión rígida, nadie reparó en él. Entonces lo supo.
5 comentarios:
Genial! (sólo eso te quería decir.
Es una de nuestras fantasías, ¿no? Al menos mía. ¿Y si ocurriera de esa manera?
Me recordaste a un cuento de Anderson Imbert: El fantasma.
Un beso.
Gastón, gracias : )
Luzdeana, creo que nadie quiere irse del todo, o al menos quiere quedarse un rato más para entender lo que le pasó. Voy a tratar de conseguir el cuento que mencionás.
Beso a los dos
Muy bueno. Contundente el micro. Y vos que no te tenías fe con este texto. Un chiche quedó.
Beso grande
Gracias Cris, sos tan buena...
¿Para cuándo el blog?
Beso
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