viernes, 10 de junio de 2011

Impostor



Un día nos quedamos sin oraciones. Él se las llevó. Llegó vestido de monje benedictino, con camisa de lana y escapulario, como en la Edad Media. Debimos sospechar. Cegados por la fe lo dejamos entrar. Se arrodilló frente al camarín de la Virgen y rezó con nuestras palabras. Las pronunciaba con devoción. A medida que repetía la letanía elevaba su voz y nuestras oraciones se elevaban con él.
De pronto, ante nuestras miradas atónitas se desplazó hacia la cúpula, suspendido en el aire, fundido con los santos perpetuados en el techo. A través de su piel se abrieron paso haces de luz. Su brillo se hizo tan potente que estalló en llamas. Se encendió como un sol.
Quedamos ciegos por un rato, con el eco de sus rezos retumbando en nuestros pechos. Desapareció a través del óculo y dejó una estela que aún hoy se levanta sobre nuestro templo. Se fue para no regresar, y con él se llevó nuestras oraciones al pasado de donde había venido.

Ahora somos copistas y anotamos nuevas letanías. Estamos desnudos. No tenemos frío; nos abriga la fe. Preparamos nuestros trajes para la venida. Nos tejemos camisas los unos a los otros. Tallamos escapularios. Pronto estaremos listos para regresar.




1 comentario:

la occhi dijo...

Como me gusta este impostor y el camarín de la virgen.
Muy buen texto. Esperemos el regreso.
Besos