jueves, 28 de abril de 2011

El gran baile de carnaval



Bamba no quería ir al baile de máscaras, tenía un mal presentimiento. Pero su obligación era acompañar a Ernestina. Tenía orden de no perderla de vista ni un segundo. No podía negarse, ni buscar otro trabajo. A Bamba la habían comprado junto con su mamá tres años atrás. Tenían suerte de trabajar para una buena familia. Para ellas el carnaval era algo novedoso. Lo veían pasar por la puerta, pero nunca se habían sumado a los festejos. Para los negros el carnaval estaba en la calle y en los tambos, pero a ellas no se les permitía salir. Esa era la primera fiesta para Bamba.
Su mamá le armó unos collares con granos de choclo que tocaban música cuando se agitaban. Con unas sábanas viejas le hizo un vestido blanco como los azahares del naranjo. Bamba tenía miedo de ir a la casa de los Etchegoyen. Decían que en el jardín estaba el fantasma de Don Eusebio, que varios años atrás se había colgado de un árbol. Para protegerla de los malos espíritus, su mamá armó un ramo de lilas y lo prendió del vestido con un broche de talismán, justo al lado del corazón. Con su ropa almidonada y su cara brillante, Bamba parecía tallada en madera.
La casa la administraba el hijo mayor de Don Eusebio, el Doctor Juan. Era el mejor partido de toda la Confederación. Ernestina lo conoció en una tertulia y se enamoró a primera vista. Pasó todo el verano esperando la llegada del carnaval para bailar con él. Sus padres encargaron a Francia un vestido de seda bordado con cristal austríaco. Con su vestido de reina, unos delicados guantes negros, y un antifaz de Venecia, Ernestina estaba espléndida. La brisa húmeda del río se le enredó en los bucles. En su pecho retumbó el vibrante tamborileo de las comparsas. Esa noche conquistaría el amor del Doctor Juan.
Tardaron más de una hora en llegar. Bajaron del carruaje con cuidado de no ensuciarse, pero un caballo dio una coz y levantó una polvareda. Bamba se dispuso a avanzar. Un criado la detuvo. Ernestina se adelantó. Bamba no pudo ir más allá del jardín. A través de una ventana observó el salón de baile. Era más maravilloso de lo que había imaginado. Había una orquesta y la gente bailaba. Todos estaban disfrazados y nadie sabía quién era quién. Personajes ilustres se ocultaban tras las máscaras. Uno de ellos era el Maestro Juan Pedro Esnaola, que poco tiempo después confesó haber tocado el piano en esa fiesta memorable.
A Bamba le llamó la atención el diablo, con su traje rojo y su cola indiscreta que se metía por debajo de las polleras. Estaba rodeado por un círculo de mujeres, que a pesar del antifaz, se notaba que eran hermosas. Un arlequín se acercó a Ernestina y la invitó a bailar. Bamba se sentó en las escalinatas, donde otros criados como ella esperaban a que terminara la fiesta para acompañar a sus amos. Por la puerta pasó una comparsa. Grandes y chicos improvisaban pasos al ritmo del candombe. Bailaban, cantaban y reían. Se los veía felices. Los hombres llevaban antorchas y las agitaban con gracia, como si fueran prolongaciones de sus propios brazos. Algunas mujeres iban con los pechos desnudos y dejaban entrever las piernas. Bajo la luz de fuego parecían hechas de azúcar de caña. Bamba sintió ganas de bailar.
Un baldazo de agua le pegó una cachetada. No supo si venía de la calle o del jardín. Algunos invitados habían salido y corrían entre árboles y estatuas. A donde Bamba miraba había alguien mojado, o mojando a otro. Los hombres iban a venían. Sacaban agua del aljibe y se la arrojaban a las mujeres. Ellas pasaban de la tragedia a la comedia en lo que dura un parpadeo. Se enojaban, se reían, se arrimaban a los hombres para que las mojen de nuevo, y se volvían a enojar y a reír y a mojarse. Bamba no podía abandonar a Ernestina. Empujó para abrirse paso entre la gente. Adentro bebían champagne, vino, y ponche. El que no estaba borracho se había quedado dormido en un sillón, y los más sobrios seguían bebiendo.
Después de dos o tres piezas la orquesta dejó de tocar. El diablo se plantó en medio del torbellino, se subió a una silla, y empuñó un candelabro en forma de tridente. Los criados agitaron las despabiladeras y pronto todo quedó en penumbras. Entonces sonó en el piano una melodía oscura. Un cortejo de penitentes encapuchados y con capirote irrumpió en el salón. Iban vestidos de blanco y llevaban antorchas. A Bamba le temblaron las piernas como si hubiera visto al fantasma de Don Eusebio. Sin darse cuenta apretó el ramito de lilas con tanta fuerza que las flores se desgajaron. Detrás del cortejo, otros encapuchados, vestidos de negro, cargaban un ataúd sin tapa. Adentro había un hombre disfrazado de esqueleto. La gente reía y Bamba no entendía por qué. El falso muerto saltó del cajón y persiguió a las mujeres dando zancadas.
El cortejo salió al jardín, y la gente lo siguió. Los negros se mezclaron con los blancos. Los criados de librea revolearon las casacas. Afuera se oía el canto de los negros que celebraban reunidos en el tambo. Seguía el desfile de comparsas. Había corridas y peleas y risas y lujuria. De repente se oyeron disparos en el interior de la casa. Alguien gritó que habían matado a una persona. Los tambores retumbaron en la panza vacía de Bamba, que tenía las manos húmedas y el corazón agitado. De un carruaje elegante bajaron un caballero y una señorita, los dos enmascarados. Iban vestidos de negro y llevaban la divisa punzó. Como dos fantasmas desaparecieron entre la multitud. Bamba buscó a Ernestina hasta encontrarla. Por suerte estaba a salvo, en brazos del arlequín.
Pronto llegaron los mazorqueros. Reían, gritaban, y pedían vino. Las mujeres los abrazaban, se les colgaban del cuello, jugaban a robarles las lanzas. Dejaron abierto el portón de reja y las comparsas entraron al jardín. El cuerpo ensangrentado del diablo rodó por las escalinatas. Alguien cerró con llave las puertas de la casa, pero la gente entraba y salía por las ventanas. Volaban botellas, comida y almohadones. En un árbol ataron un muñeco de paja y le prendieron fuego. Alguien soltó a los caballos. Los jinetes experimentados los montaron a pelo y corrían carreras alrededor de la casa. Patos y gallinas corrían entre la gente. El arlequín escoltó a Bamba y a Ernestina hasta la calle y se ofreció a llevarlas de regreso.

Poco después el Restaurador prohibiría los festejos de carnaval. Y Bamba estaría feliz de no haberse perdido la última gran fiesta.



2 comentarios:

la occhi dijo...

Me gusta mucho,pero mucho, este texto. Una muy buena decisión publicarlo en el blog. Muy buena la ambientación de época y la historia. Para mí, ganó.
Te mando mando un beso.

Szarlotka dijo...

Gracias Cris. Gracias por presentarmelo en el concurso, o no habria tenido la oportunidad de participar. Ya vendran nuevos concursos y nuevos textos. Lo importante es disfrutar de lo que hacemos.
Un beso