domingo, 1 de agosto de 2010

Un cuento añejo





Este cuento lo encontré en una caja llena de papeles mecanografiados. Decidí compartirlo porque al principio me causó mucha gracia, después me dio ternura pensar en cómo escribía a los diecisiete, y por último porque me parece un excelente ejemplo de lo que un escritor no debe hacer. Creo que el texto contiene todos los errores posibles.

Que los disfruten, ¡si pueden!




Tras la espesa nube gaseosa que tapizaba las armoniosas ráfagas de aire denso y templado, en lo alto de la colina, imponente cual rayo inerte; se erigía la cósmica silueta del escalofriante castillo. No resultaba difícil distinguirlo de los demás edificios. Era una verdadera mole de piedra y telarañas envuelta en una tétrica nebulosa que le daba al parámetro un aspecto místico, casi podría decirse diabólico.
Sus únicos moradores eran los sombríos retratos que pendían de las paredes de la sala, con aire majestuoso.
Este era el sector más sorprendente de la casa. Sus paredes estaban revestidas en brocado de vivos colores, resaltando el rojo y el azul; pero que con el correr de los años había perdido luminosidad. Grandes espejos conformaban la pared central, que se unía a dos escalinatas de mármol, una a cada extremo. Junto a la escalera, dos maravillosas ánforas permanecían estáticas, aguardando la llegada de algún ratón o murciélago. En un rincón, una armadura relucía bajo su envoltura de polvo. Increíbles dinteles enmarcaban a los pesados cortinados de terciopelo azul. Contra la pared espejada se elevaba un hogar de leños, construido con un delicadísimo mármol gris. Sobre éste, un par de candelabros de bronce descansaban, dejando a la vista el impecable trabajo del orfebre. Unas pocas sillas de madera, prolijamente talladas y tapizadas en terciopelo al tono con las cortinas, servía de relleno al extenso y desierto lugar.
Sería interesante describir el resto de las habitaciones, pero me temo que no estoy en condiciones de hacerlo; puesto que nunca me atreví a recorrerlo por completo. Esto no implica ninguna traba para el desarrollo de este relato, ya que el mismo transcurrió allí, en la sala.
Es una historia un tanto paradójica pero espero que, a pesar de todo, sus sentidos se sumerjan profundamente en la atención que se requiere para comprenderla.
Todo ocurrió de pronto, sin lógica para algunos, sin otros testigos que los hostigados retratos; pero con un fatalismo trágico y patológico.
Resultó que una cálida noche de primavera, una joven pareja se adentró en las oscuras grutas del gran bosque, un poco queriendo, otro poco sin querer; fueron a dar con un claro que conducía exactamente al cementerio. La luna los proveía de suficiente luminosidad como para que pudiesen dejar atrás las lóbregas sepulturas sin mayores inconvenientes que los que les proporcionaba la densa niebla. Bien sabían que no se hallaban perdidos en medio de aquel desolado paraje. Conocían perfectamente el camino, y tenían por demás sabido el lugar que buscaban.
Tras andar interminables pasos por una escabrosa carretera, se encontraron frente al siniestro espectro. Después de un intenso esfuerzo por el joven, el monstruoso portón de hierro cedió, y luego de emanar un ensordecedor chirrido abrió paso a las inocentes víctimas que no por vez primera elegían las entrañas de aquel castillo abandonado para hacer el amor.
Entraron. Él se quitó el abrigo. La tomó entre sus brazos y comenzó a besarla apasionadamente. Luego la tiró junto a una de las escalinatas y empezó a quitarle la ropa, pero se detuvo repentinamente porque el estrépito que produjo la puerta al cerrarse le heló la sangre.
Ella sugirió no darle importancia y seguir adelante, pero él prefirió verificar si todo estaba en orden. Se levantó y después de echar un vistazo a su alrededor volvió junto a ella.
Pero cuál no sería su sorpresa al ver que aún yacía tendida, aguardando... La espada de la armadura había atravesado su corazón. Sus ojos, vidriosos, miraban la nada con una chispa de espanto, y la sangre bañaba su vestidura.
Aún perplejo, asustado, petrificado, se arrodilló junto al cadáver. Una lágrima asomó entre sus oscuras pestañas, pero su dolor no sería muy prolongado. Un candelabro lo golpeó en la nuca, provocándole una muerte instantánea.
Nadie pudo jamás esclarecer lo ocurrido aquella noche. Sin embargo yo tengo la verdad, aunque siempre la oculté. Al principio dije que esta sería una historia paradójica, cuyos únicos testigos habían sido los misteriosos retratos. Usted se preguntará entonces: "-Cómo logró relatar la historia si ambos murieron y no había nadie más que ellos en la mansión?" Y yo le responderé con otra: "Quién cerró la puerta?".


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