domingo, 15 de agosto de 2010

Bicentenario








Era una tibia noche de primavera. Corría la semana de mayo de 1810 y en la Plaza de la Victoria se respiraban aires de revolución. Mientras French y Berutti repartían escarapelas, Gastón se preparaba para encontrarse con Pilar. Se sentarían en un banco de la plaza, comerían mazamorra, y él le propondría matrimonio. De pronto se encontró caminando por la Avenida Córdoba. Acababan de darle el alta el Hospital de Clínicas. "Nada de mujeres", había dicho el médico. Pero Gastón no podía esperar para encontrarse con Pilar, y cuando la tuviera entre sus brazos, no perdería el tiempo. La llevaría a su departamento, o a un hotel de la zona, y entre las sábanas le pediría perdón y le diría cuanto la amaba.
Esa noche Gastón tenía esa sensación de libertad que sólo había experimentado al terminar la Facultad. Caminó por Defensa. La calle estaba repleta de carruajes. Las crines de los caballos resplandecían bajo los faroles. Al llegar a la esquina de Belgrano vio un grupo de mujeres con cabellos trenzados, peinetones desmesurados, y abanicos de marfil. Con el semáforo en verde, los autos arrancaron a toda velocidad y un motociclista le arrebató la cartera a una de las ellas. El humo de los caños de escape ensombreció la escena, y cuando el polvo se disipó, Gastón se sacudió la galera.
Un trueno estremeció la avenida. Los edificios temblaron y de pronto las veredas quedaron desiertas. Gastón miró al cielo. Millones de diamantes estallaban en pequeñas explosiones. Se sintió atrapado en una mina de cristal de roca. Le faltaba el aire. Cerró los ojos y respiró hondo. Tenía tanto miedo de perder a Pilar... Había actuado estúpidamente una vez. Ahora no encontraba las palabras para decirle cuanto la quería. El mozo lo golpeó en el hombro con la carta y Gastón entreabrió los ojos como si despertara de un sueño profundo. Pidió un café. El primer el terrón de azúcar apenas lo apoyó en la superficie, y observó cómo se teñía de negro hasta desintegrarse entre sus dedos. El segundo lo lanzó con furia como quien tira una piedra al agua.
En ese instante llegó Pilar. Ni siquiera pudo saludarla. Después de lo que había pasado, difícilmente querría volver con él, pero debía intentarlo. Tenía que encontrar esas palabras cuanto antes. El café salpicó el vestido de Pilar. No alcanzó a sentarse. Le preguntó por qué había arrojado el azúcar con semejante violencia, pero Gastón no respondió. Sólo estiró el brazo para obligarla a sentarse. Pilar clavó sus ojos en el suelo, y después de un rato le preguntó para qué la había llamado. Gastón no respondió. Entonces Pilar le preguntó si había vuelto con María. Gastón dio un puñetazo en la mesa y volcó el café sobre el vestido. Un Patricio que custodiaba la plaza se acercó, y Pilar le pidió que la acompañara hasta que Gastón se fuera.
Gastón se disculpó con Pilar con sólo una palabra de perdón. Saludó al Patricio con la cabeza, se puso la galera y tomó el bastón. Aparentaba ser un caballero, y las mujeres se daban vuelta para mirarlo. No le importó. Dejó atrás la Plaza de la Victoria y caminó a la deriva, hasta desembocar en el Riachuelo. En el camino pensó en Pilar, que no se había movido de al lado se su cama mientras no se sabía si él viviría. Pilar, que perseguía a médicos y enfermeras para que él recibiera la mejor atención. Pilar, que se había ido llorando cuando llegó María y sacó a relucir sus absurdos derechos de ex-esposa.
Ocultas tras la niebla, las barcazas del Riachuelo parecían pintadas por Quinquela. Gastón sacó el telefóno para llamar a Pilar, pero no se atrevió. Tal vez seguía sentada en el banco de la plaza, con el vestido sucio de mazamorra, esperando a que él volviera a buscarla. Tal vez estaría armando los baúles y al día siguiente saldría para Chuquisaca y se casaría con ese abogado que la pretendía y que tanto le gustaba a la familia. Apretó los párpados para contener las lágrimas, pero sus sollozos se desparramaron por todo el Virreynato. Las luces del colectivo oscilaron en los adoquines. Daba igual subir que dejarlo pasar. De todos modos la había perdido para siempre. Tal vez en otra vida...






1 comentario:

Flor de Ceibo dijo...

Me gustó esto de jugar con los tiempos.
Besos