domingo, 2 de mayo de 2010

El viaje




El sábado Clara se levantó temprano. Los preparativos del viaje la habían dejado agotada. Se habría quedado en la cama un rato más, pero una picazón en el medio de la frente no la dejó dormir. Se observó frente al espejo. Tenía una aureola rojo brillante del tamaño de una moneda. En el botiquín encontró una pomada que había vencido dos meses atrás. Con la punta del dedo la esparció suavemente sobre la aureola. El color rosado de la pomada empeoró el aspecto de la piel, pero alivió la picazón.
Fue a la agencia a retirar los vouchers y pasó por el shopping a ver si conseguía un par de zapatillas cómodas. Todavía faltaban dos semanas para viajar Europa, pero no quería dejar todo para último momento. Cuando regresó a casa se sintió cansada y se acostó a dormir la siesta. Despertó con una sensación de quemazón. La aureola se había convertido en una especie de grano. Ya no picaba como antes, pero le provocaba un dolor punzante. Clara recordó sus días de adolescente, cuando los granos eran un problema cotidiano. Fue a la farmacia, compró Agua de Alibour, y se hizo unos fomentos tibios. Aliviada, pasó el resto del día buscando información en Google Earth.
De madrugada, un dolor insoportable la despertó, justo cuando estaba subiendo a la Torre Eiffel. El grano (o lo que fuera) había madurado. La piel estaba afiebrada y sumamente hinchada. Era hora de hacerlo reventar. Clara entibió el Agua de Alibour. Después de dos o tres fomentos, la piel estalló y un pus sanguinolento salpicó el espejo. Limpió bien la herida y vio que de la carne nacía una especie de cuerno de acero. Estaba pintado de blanco y tenía la punta plateada. Con la mano temblorosa, lo cubrió con pomada y trató de no pensar.
Como a la media hora oyó un ruido dentro de su cabeza y sintió un dolor insoportable. El cráneo se abrió como una cáscara de huevo. Clara cayó desmayada. Unos golpes secos la despertaron. Sonaban a lo lejos y dentro de su cabeza a la vez. Cuando se vio al espejo, abrió la boca para gritar pero la voz no salió. En su cabeza había crecido un Jumbo 747. La cabina del piloto se abría paso a la altura de la frente. De los oídos salían las alas, cada una de ellas con sus dos turbinas encendidas esperando la orden de la Torre de Control para maniobrar el despegue.
El piloto la saludó agitando la mano. El cuello de la camisa, de un blanco impecable, asomaba por encima del uniforme azul y brillaba con un aura angelical. Con la sonrisa falsa de un anfitrión de programa televisivo decía cosas que Clara no alcanzaba a escuchar. De pronto desapareció. Clara sintió que algo caminaba dentro de su cabeza. Ya no había dolor ni molestias. Todo era una sorprendente. El piloto regresó con unas láminas de diferentes lugares del mundo. Clara entendió que le preguntaba a dónde quería ir. Dibujando un círculo en el aire con su dedo índice, le pidió que la llevara a dar la vuelta al Mundo. Desde ese instante perdió el dominio de su cuerpo. Sus piernas la llevaron a salir del departamento y subir a la terraza. No hacía mucho que había amanecido. Era una mañana tibia y luminosa. Era un día ideal para volar.
Al poco rato de haber despegado, Clara sintió un frío que le helaba los huesos, pero era mejor tiritar en el aire que perderse tan maravilloso espectáculo. El Atlántico resplandecía como un zafiro. De vez en cuando sobrevolaban pequeñas islas. Ya era domingo, y en algunos lugares se oían las campanas que llamaban a misa. Algunos barcos soltaban las amarras. Clara podía ver los brazos sacudiendo los pañuelos del adiós.
Después de unas horas tuvo hambre, pero no le importó. Ni siquiera cuando sintió que las tripas se le retorcían. Cuando el piloto lo decidiera, aterrizarían en algún lugar misterioso, con gente fuera de lo común, comidas exóticas, y bebidas de sabores imposibles. Sólo había que tener paciencia. Pronto estaría en un lugar desconocido, rodeada de gente nueva, y se sentiría libre como nunca.
Clara resistió al frío y al hambre, pero cuando le dieron ganas de ir al baño, se dio cuenta de que ya no estaba disfrutando. Lo que prometía ser el viaje de su vida se había convertido en algo tedioso. De pronto notó que el viento le pegaba en la cara, que el ruido de las turbinas la atormentaba, y que las turbulencias le provocaban náuseas. La velocidad crucero había sobrepasado a la máxima, y era vertiginosa. Entonces Clara le pidió al piloto que la llevara a casa.
Pero el piloto no podía escucharla. Dieron una vuelta, y otra, y otra más. Clara gritó hasta desgarrarse la garganta, pero nada ni nadie podrían detener el vuelo. Ya sin fuerzas, el corazón de Clara se rindió. El cuerpo se fue degradando hasta convertirse en una marioneta de huesos, que giraba alrededor de la Tierra .
Curiosamente, fueron unos argentinos, que desde el telescopio del Observatorio Astronómico de Córdoba descubrieron lo que clasificaron como un nuevo satélite natural de la Tierra. Por su semejanza con un esqueleto alado, lo llamaron Perseo.



2 comentarios:

Bea dijo...

¡Me encantó! Superlativo el final y cómo llegaste. Te felicito por tu gran creatividad.
Saludos

Szarlotka dijo...

Bea, que bueno que te haya gustado.
Muchas gracias por tu comentario tan cálido.
Lo cierto es que el disparador que nos dieron en el taller ayudó muchísimo.
Un beso