sábado, 10 de abril de 2010

Viaje de ida


Carlos accionó un botón y la nave salió de la atmósfera, remontó a la estratósfera, y en una hora y media llegó a la Luna. Tan pronto descendió de la nave sus pies se hundieron en un pozo. Miró a su alrededor. El suelo era irregular, con profundas depresiones como si alguien hubiera estado cavando. Había huesos por todas partes. La simple idea de haber alunizado sobre un cementerio le heló la sangre. Unos ladridos lo sobresaltaron. No podía ser ninguna de sus perras; ellas no ladraban. Además, esta vez Carlos había tenido que viajar sin comitiva.
Se sintió más solo que nunca. Caminó a la deriva, hasta que a lo lejos distinguió una ciudad. En las afueras había un centro de recreación con areneros, peloteros, y una pista de carreras. A medida que se internaba en la ciudad los ladridos se hicieron más intensos. Le llamó la atención que las casas eran muy pequeñas y que las calles estaban llenas de carteles publicitarios. Esa noche en el canódromo tocaban Laika y los perros desorbitados.
Mientras pensaba que había llegado a tiempo para el recital y buscaba dónde comprar la entrada, una jauría lo acorraló. Iba comandada por una perra. Tenía un collar y una medalla. Era Laika. Pero si Laika había muerto, como todos los demás... "Todos los perros van al cielo", pensó Carlos, y se pellizcó para ver si estaba vivo. Pero no era perro; le faltaba sangre para ser animal. Y no estaba muerto; o estaría en cualquier otro lugar, menos en el cielo.
Los perros lo persiguieron. Carlos entendió el mensaje y corrió a refugiarse en la nave. Apretó el botón. La nave salió de la atmósfera y remontó a la estratósfera.

4 comentarios:

la occhi dijo...

Muy bueno Emilse, las palabras haciendo justicia, la ficción haciendo justicia ya que no la hacemos nosotros. Tu cuento me convirtió en asesina. Al final me quedé en apretó un botón. Para mí los perros lo alcanzaron y se lo morfaron.
Besos

Szarlotka dijo...

Cris, esos perros son mártires. Iba a poner una foto de Laika, pero me pareció una falta de respeto. Cada vez que pienso en todo lo que tuvo que sufrir esa perrita se me hace un nudo en la garganta. Y de ella sabemos con detalles porque fue un caso famoso, pero no fue la única. Esos perros no le harían daño a nadie; sólo reclamarían amor.
Me parece que en este caso, la mejor justicia es que el no-animal no muera nunca. Que esté viejo, que no pueda disfrutar de nada, que se le vayan muriendo todos sus amiguitos, y que sólo queden quienes lo reconozcan por sus acciones. Y que entonces él desee morir, pero no pueda.
Un beso

Diana H. dijo...

Qué creativa, Emilce. Sabés que a mí siempre me conmovió lo de Laika. No quiero ni pensarlo de nuevo. Muy bueno tu relato, te imaginás cada cosa!
Un beso.

Szarlotka dijo...

¡Gracias Luzdeana!

Lo de Laika es terrible, y mejor no pensar, ni en ella ni en todos los animalitos que sufren.

Y sí, imagino muchas cosas, sobre todo cuando necesito cambiar la realidad. Como los locos (o tal vez estoy loca) muchas veces no la soporto.

Un beso