domingo, 21 de febrero de 2010

Urgencia






Mario sintió que si seguía aguantando algo explotaría dentro de él. Había llegado a la playa a la mañana temprano, decidido a disfrutar por primera vez en su vida de un día en el mar. Mientras cruzaba los médanos pensó en Julia, que había recibido una oferta de trabajo excelente y se había ido a vivir a España. Julia, que quién sabe qué estaría haciendo mientras a él la vida se le derrumbaba. Porque Mario había tenido que quedarse, porque no era ciudadano europeo y no tenía cómo justificar una estadía prolongada en España. Había tenido que elegir entre arriesgarse a que lo deportaran y quedarse en Buenos Aires. Y Julia le había dicho que se quedara, que ella iba a probar suerte y que si le iba mal volvería pronto. Y mientras Julia escribía contando lo bien que le estaba yendo, a Mario el sueldo no le alcanzaba ni para pagar el alquiler y había vuelto a vivir con sus padres.
Unos pocos días en San Clemente del Tuyú a finales de marzo fue a todo lo que Mario pudo aspirar para pasar las vacaciones. Y ahí estaba, en una playa que de clemente sólo le había quedado el nombre. Por esos misterios de la meteorología hacía un frío inusual para la época. Pensó en Julia. En qué diría si estuviera ahí. Julia, que sólo se bañaba en el agua cálida y transparente del Mediterráneo. Recordó las fotos que le había mandado con el último mail, recostada sobre una roca, posando como una modelo con la felicidad brillándole en los ojos. Julia, tan sensual con el vestido escotado, tomando unos tragos en un bar de Torremolinos. Julia tan hermosa, y tan sola, y tan feliz. Y por primera vez se preguntó quién sacaba las fotos.
Mario bajó el cuerpo hasta quedar en cuclillas y se dejó caer. La arena lo abofeteó varias veces y se le escurrió por el pelo. Se sentó en posición de loto y sacó un libro, pero el viento agitaba las hojas y así era imposible leer. Buscó con la mirada un parador, carpas de alquiler, o algún lugar donde guarecerse. Pero aunque dio un giro de trescientos sesenta grados, sólo alcanzó a divisar unos montículos de basura. Decidió buscar reparo en los médanos. Mientras se acomodaba, una espesa masa de nubes tapó el sol. Una ráfaga de aire húmedo le pegó en la espalda, y Mario si
ntió ganas de ir al baño. Pero si no había un lugar donde tomar una bebida, menos habría baños químicos. Había que volver a casa o aguantar. Decidió que el destino no arruinaría su día de playa. Decidió aguantar. Eligió un lugar al azar, colocó la esterilla y sacó el libro. Pero un remolino de libélulas salió de entre los arbustos y revoloteó varias veces sobre la cabeza de Mario, que fastidiado volvió a guardar el libro. Miró al horizonte. Bajo el cielo gris el mar ondulado parecía un colchón de hojarasca. Pensó en Julia. Julia en Hyde Park, en otoño. Pensó en los colores del otoño. En las ardillas. En Julia y la escapada a Londres. Julia siempre tan sola y tan feliz.
Una bandada de gaviotas lo distrajo, los graznidos le sonaron a música y le robaron una sonrisa que alivió la puntada en la vejiga. A lo lejos se oyeron truenos y algunas personas recogieron sus cosas y se quedaron esperando cerca de la salida. Una salida: eso buscaba Mario. Porque no aguantaba más. Porque no era p
osible que hubiera perdido a Julia, que la relación entre ellos se hubiera deteriorado, que Julia hubiera escrito ese mail más frío que el invierno europeo donde le deseaba Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo. Porque Mario esperó que Julia viniera a Buenos Aires sin avisar para darle la sorpresa más feliz de su vida. Pero los días pasaron y Julia no llegó ni llamó ni escribió. Y era comprensible: cómo decirle que había conocido a otro. Julia no se lo diría ni por mail ni por teléfono. Se lo diría en la cara, pero cuándo. Porque era mejor enterarse de lo peor a la angustia de la incertidumbre.
Se sacó las ojotas y se entregó a la caricia helada de la arena. El viento arremolinaba toda clase de basuras que la marea había acercado a la costa. Una bolsa de plástico le rozó los tobillos. A medida que caminaba hacia el mar sintió que el suelo se hacía más hostil. Primero debió cruzar una franja de agua turbia: una canaleta formada por la erosión donde el agua sólo se renovaba cuando subía la marea. Sumergió un pie y sintió el calor del agua, el fondo resbaladizo, el olor a pescado muerto: asco. Cruzó la canaleta en puntas de pies y le pareció más ancha de lo que en realidad era. Del otro lado la arena estaba cub
ierta de conchilla. A cada paso Mario se sintió un fakir.
A su derecha un matrimonio de jubilados entró al mar y clavó un tramayo. A su izquierda unos pescadores tomaban mate y reían. Un olor fresco a tierra mojada anticipó las primeras gotas. Mario cayó en varios lugares comunes: “lo haría contra viento y marea”, lo haría “llueva o truene”. Pensar en frases hechas le dio risa, sin embargo no pudo evitar sollozar. Se sintió ridículo, rígido como una estaca clavado en la arena con sus piernas esqueléticas e irremediablemente blancas, con la malla flameando al viento y con la piel de gallina.
El aire se detuvo, el olor a pescado se hizo más intenso, y se largó a llover. Y Mario se largó a llorar “un mar de lágrimas”. Y esta vez la frase hecha le dio risa. Y Mario rió a carcajadas y decidió que ya no aguantaría más y se internó en el mar a pesar de
que el agua estaba helada y que el peligro de los rayos acechaba y que el matrimonio de ancianos le gritaba que no. Y caminó hasta que el agua le llegó a la cintura y entre la espuma de las olas se dijo por última vez que no aguantaría más. Y se dejó reconfortar por la corriente cálida de su propia orina.






9 comentarios:

Ana GyS dijo...

Emilse, ME ENCANTÓ este texto. De verdad. Me sentí ahi junto al pobre tipo en San Clemente... y lo mejor de todo es el final... Me reí. Dije, esta hdp no puede, no puede.. y no pudiste, y eso es lo que más me gustó. :))))

Szarlotka dijo...

Gracias Anagys. Pensé que no iba a leerlo nadie porque quedó medio largo.

Que bueno que te haya gustado... el final feliz (?)

Beso

Anónimo dijo...

Como siempre,me encantó. Un final distinto, "reconfortante"

Patricia

Anónimo dijo...

que loco!!!"..Y se dejó reconfortar por la corriente cálida de su propia orina." es un contrate bueno. apesar de todo lo que le pasaba, un poco de pis lo haria sentir tan bien.

sly

Szarlotka dijo...

Patricia, me alegra que te haya gustado el final reconfortante =)



Sly, no lo había pensado desde tu punto de vista, pero cuanta razón tenés


Beso a los dos

Diana H. dijo...

Está realmente muy bueno. Me asustaste. Pero el final está muy a la medida de la historia: no sólo Mario merecía un poco de alivio... los lectores también, después de esa tensión de la angustia!
Ahora me acordé que te vi en los videos de los eventos cantando con el Zaiper :)
Muy lindo.
Un beso.

Szarlotka dijo...

Luzdeana, gracias por tus siempre tan generosos comentarios. Me gusta que siempre van más allá de "qué lindo", "qué bueno", etc.

Así que viste los videos... La verdad es que me encantó cantar con el Zaiper. Me divertí mucho y lo disfruté, pero me mandé cada desafine...

Un beso

Anónimo dijo...

¡Buenísimo! Aunque no dan ganas de ir más pa' San Clemente...
isa

Szarlotka dijo...

Isa, ¿por qué no? ¿Qué mejor que entre tanta agua fría encontrar una corriente cálida? XD

Beso