jueves, 10 de septiembre de 2009

Primavera en Julio


Cuando Julio despertó, colgaba de la rama de un árbol. Miró a su alrededor. Estaba rodeado de duraznos. Se sacudió y los duraznos se sacudieron. Intentó bostezar con los ojos, pero no tenía párpados, y su visión de trescientos sesenta grados le hizo notar que algo había cambiado. Apenas atinó a gritar, su voz rebotó contra la piel, entonces descubrió que no tenía boca. Quiso correr, pero su cuerpo estaba prendido al árbol. Intentó patalear, pero sus piernas habían desaparecido. Temió estar encerrado en un laberinto de espejos que le devolvía su imagen multiplicada. Le llevó dos noches y un día darse cuenta de que su temor tenía fundamento: Julio era un durazno más, entre muchos duraznos de un mismo árbol.
Su pasado como empleado bancario lo había agobiado durante años, y convertirse en fruta le pareció un castigo injusto. Pero poco a poco se acostumbró a su nueva vida. Al principio le costó adaptarse: extrañaba su cama, a sus amigos, y hasta al molesto afilador de cuchillos que lo despertaba los sábados con su silbido. Pero con el tiempo Julio descubrió que no era tan malo ser durazno. No más hambre. No más sueño. No más viajes en subte. Sólo debía entregarse a la brisa perfumada del pasto recién cortado, a la frescura del rocío, y al grito de los vendedores ambulantes. Los demás duraznos eran amistosos, pero Julio prefirió permanecer oculto entre las ramas, a entablar una relación. Un día se sintió feliz, y se alegró de su suerte.
Julio vivió tranquilo hasta que llegó la época de la recolección. Los mejores duraznos fueron los primeros en irse. Se decía que eran enviados a casas de familias acomodadas, pero pronto se supo que después de arrancarles la piel los envasaban al vacío en latas con almíbar. Después se llevaron a los duraznos picoteados por los pájaros, o golpeados por el granizo. A esos les hicieron creer que irían a la feria más importante de la ciudad. Algunos fueron a parar a una licuadora con granadina, y otros lograron escapar arrojándose al suelo para rodar a la deriva. Julio, espantado por su destino incierto, se distraía imaginando que terminaría en una frutera de cristal, y que algún artista lo inmortalizaría en una pintura.
Pero el tiempo pasó y Julio, siempre oculto entre las hojas, no maduró. Su piel no fue rosada, y nadie se interesó en él. Y un día se quedó solo. Se sintió profundamente apenado, pero no pudo llorar. No tardó en comprender que si no moría en una boca, se pudriría. Pero el otoño desvestía el paisaje, y ya nadie se acercaba al árbol sin frutos. Entonces Julio esperó, resignado, hasta que un día frío y lluvioso, unos niños harapientos pasaron junto al duraznero. El más chiquito lloraba y pedía comida. El mayor trepó al árbol y sacudió las ramas. Julio se balanceó con todas sus fuerzas hasta que el niño lo descubrió. Cuando lo arrancaron de la planta sintió un ardor que lo recorrió de pies a cabeza, y cuando los niños lo mordisquearon, se desvaneció. Los niños hablaban con pedazos de Julio en la boca, y comentaban lo rico que estaba. Cuando ya no quedaba más pulpa, el mayor le explicó al chiquito que si plantaban el carozo crecería un árbol.
Los niños llevaron el corazón de Julio a su casa. Era una casa humilde, con un fondo amplio y descuidado. Buscaron un lugar junto a una acequia, reparado del viento, y lejos de la sombra. Con las manos cavaron la tierra, arrojaron el carozo, y lo cubrieron de hojarasca. Por último lo regaron con agua fresca, y se sentaron a esperar. Julio tardó dos años en florecer, y sus frutas fueron las más dulces y sabrosas que jamás hayan existido. Los niños siguieron plantando carozos, y el campo se llenó de Julios. Y Julio se llenó de primaveras. Y de pájaros. Y de sol.


Dedicado a Ana GyS, que me obligó a escribir un final feliz (perdón por la rima)

9 comentarios:

Coni Salgado dijo...

Brillante! así de simple.
éxitos!
Coni

Anónimo dijo...

Te lo dije por mail, en persona y te lo repito acá: Me encantó!
Muy tierno, muy cinematográfico. Vi esos chicos con pedazos de Julio en sus bocas! Gracias por la magia! Grace Barraza

Flor de Ceibo dijo...

Didáctico!
En la naturaleza "nada se pierde, todo se recupera" (si la cuidamos)

Szarlotka dijo...

Coni, gracias por pasar y por tu comentario

Me alegra que te haya gustado

Un beso


Grace, gracias de nuevo

Lo de pedazos de Julio en la boca lo asocio con el último ejercicio =)

Me emociona todo lo que decís

Un beso



Irene, muy acertado tu comentario.

Ojalá Julio se recupere

Un beso grande, y espero verte el jueves

Ana GyS dijo...

Gracias por la dedicatoria!!! Viste que los finales felices no te quedan nada mal??? Este texto me encantó. Ya es hora de que escribas otro con final feliz. Quedo a la espera.

Julieta dijo...

Una buena mezcla de Axolotl de Cortazar y de mis recuerdos de la infancia, anticipé al desenlace durante mi recorrido por la historia =P

Szarlotka dijo...

Julieta, muchas gracias por pasar y por tu mensaje.
Lamentablemente estoy lejos del Axolotl (Paris, Jardin de Plantes)...
Pero mis recuerdos de infancia siguien ahí, y son los que muchas veces me inspiran a escribir.
Y sí, el final es predecible y un poco rosa. Es que hicimos un pacto con Anagys y a raiz de ese pacto yo no podía matar a mi personaje =)

Anónimo dijo...

genial!!!!! me encanto,ya que me gusta leer cuentos largos para grandes y ¡apenas tengo 9 años!! saludos a la autora


Jana (amiga de Marcela Chiorean)

Szarlotka dijo...

Gracias Jana por la visita. Qué linda sorpresa. Me alegra mucho que te haya gustado el cuento.

Qué bueno que chicos de tu edad se interesen por la lectura. Seguí así.

Un beso