lunes, 21 de septiembre de 2009

El Angelus










Esa mañana Manolo se quedó dormido. Lo despertaron las campanas de la iglesia. Se sentía cansado, y aunque a esa hora siempre estaba levantado, decidió quedarse en la cama un rato más. Después de desperezarse varias veces, y entre algunos bostezos, encendió un farol y fue a la cocina. Miró por la ventana. La luna todavía estaba alta. El reloj marcaba la una y diez. Odiaba los relojes. Decía que uno debía guiarse por la posición del sol. Lo cierto es que a duras penas sabía leer la hora, pero conservaba el reloj porque era un regalo de su sobrina de Madrid. Se sirvió una copita de aguardiente y la acompañó con un poco de chocolate. Luego tomó un puñado de cenizas y se frotó los dientes. Se lavó la cara, se puso un abrigo y bajó a limpiar la cuadra. Las gallinas estaban apelmazadas como pompones, las vacas echadas sobre las parvas de heno, y las ovejas eran una masa de lana. Despertó a los animales con gritos, aplausos y empujones. Juntó el estiércol, tiró unos baldes de agua, y les arrojó un puñado de centeno a las gallinas. Entre mugidos y aleteos fueron poniendo los huevos, y Manolo regresó a la cocina a buscar una canasta. Al pasar junto al reloj vio que eran las dos y veinte. Se rascó la cabeza. El reloj funcionaba, pero mal. Lo estrelló contra el suelo, y con una piedra lo machacó hasta desintegrarlo.
La luna era una moneda de nácar bordada en un cielo de terciopelo. Manolo fue a la montaña para abrir el paso al agua de riego. Era una noche templada, y se animó a trepar hasta el manantial. El sonido del agua y el perfume a tierra mojada lo invitaron a recostarse bajo un castaño. Se quedó así un rato, escuchando el canto de los gallos. Pensó que el sol ya tendría que haber salido. Miró al horizonte. Desde lo alto de la montaña había una amplia perspectiva del valle. Las casas de piedra resplandecían bajo la luz de la luna y en la iglesia el campanario se balanceaba como agitado por un fantasma. El tiempo parecía no transcurrir. Un caballo relinchó a lo lejos. Su galope se acercó por los matorrales y se detuvo a escasos metros del castaño. Manolo se levantó y alzó el farol. No tardó en reconocer la montura de Don Silverio de Chao das Donas. El caballo corría en círculos y amenazaba con sus saltos. Inesperadamente relinchó y se perdió en la espesura del monte. Manolo quedó perturbado. Se acercó al agua y se enjuagó la cara. Buscando rastros del caballo miró a su alrededor. La luna seguía en el mismo lugar, como un alfiler de perla clavado en la corbata de la noche. Preocupado por el caballo bajó hasta la casa de Don Silverio, que estaba del otro lado de la montaña.
A medida que se acercaba a la casa se cruzó con vacas, con gallinas, y con ropas desperdigadas por el suelo. Las puertas estaban abiertas. Llamó, pero nadie respondió. Entró a la casa. Estaba vacía y desordenada. Se rascó la cabeza. Poseído por la incertidumbre vagó por el pueblo buscando a alguien que pudiera explicarle lo que estaba sucediendo. Pero las casas estaban vacías, y los caminos desiertos. Montó un burro y se dirigió hacia O Bolo. Una multitud se aglomeraba en la Plaza del Ayuntamiento. La torre del Reloj había sido bombardeada. Todavía se sentía en el ambiente el olor a pólvora, y la brisa arrastraba una nube de humo y tierra. La Guardia Civil no daba abasto a rescatar a los heridos que habían quedado atrapados bajo los escombros. Se oían gritos, llantos, y sirenas. Una hilera irregular de cabezas se perdía a lo lejos, en dirección al Camino de Santiago. Manolo se encontró con Don Silverio, que le explicó algo que el cura había anticipado en las últimas misas: Tal como los astrónomos advirtieron, la Tierra había dejado de girar. Desde entonces en Galicia sería noche perpetua, y tarde o temprano sus habitantes morirían. El plan era trasladar a la gente en trenes hasta el puerto más cercano, y desde ahí llevarlos a un lugar con sol. Manolo pensó en su casa, en sus animales, en su sobrina de Madrid, y se rascó la cabeza.
Cuando llegaron al puerto el paisaje era desolador. La fila para ingresar a la Oficina de Migración se extendía a lo largo de la rambla. Los hombres pasaban de a uno, y la espera parecía no tener fin. Desde ahí se podía observar un barco cargado de cadáveres que se internaba en el mar, arrojaba los cuerpos al agua, y regresaba al amarradero para cargar otra tanda. Se buscaba una explicación a la proliferación de cadáveres. Se decía que los muertos eran víctimas de una peste, que la Guardia Civil los ejecutaba con ampollas letales, y que los cuerpos pertenecían a suicidas en masa. Se rumoreaba que del lado del Sol no habría lugar para todos, que no darían abasto a evacuar a todas las personas, y que muchos ni siquiera llegarían a los puertos. Manolo tenía ganas de ir al baño, pero no quiso salirse de la fila por miedo a perder el lugar. Después de una larga espera le tocó el turno. Lo primero que vio fue una foto del Generalísimo. Dos agentes de la Guardia Civil lo llevaron detrás de un biombo. Habían improvisado un gabinete que sólo tenía una camilla, unos estantes con remedios, y dos sillas. Había un médico y un cura. El médico anotó en un cuaderno: Manuel Pérez Iglesias. Lo ayudaron a acostarse en la camilla. El cura lo ungió con la señal de la cruz. El médico le puso una ampolla en la boca. Manolo conocía la extremaunción, pero no entendía qué estaba sucediendo. Tuvo miedo, y mojó los pantalones. El cura le explicó que había diferentes maneras de comulgar. Manolo se rascó la cabeza, cerró los ojos, y mordió la ampolla.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Es cierto, maneras de comulgar hay muchas y ampollas tambien, tragicamente lindo.

Moro

Flor de Ceibo dijo...

AY..., me remitís a la trágica Guerra civil española y al papel que jugó la iglesia.
Muchas lágrimas.

**VaNe** dijo...

De más está decir una vez más que el ritmo y la potencia son impecables.
En cuanto al texto en sí... qué decir? Sí, se entiende. Es terrible. Es genial.
Una vez más, tus palabras cuentan algo, y las entrelíneas cuantan tanto más. Ahí es donde se hace súper potente.
Beso!

Ana GyS dijo...

Vos decis que si Manolo hubiera sido inglés esto no pasaba?? ;P

se que te gustan los comentarios serios pero eso los hago solo por sametime..jeje

Daniel Uriza dijo...

Me encanta la cantidad de atmósferas extrañas que se van generando a medida que uno avanza en el texto. Hasta ese remate final.
Creo que está como lo habías presentado. ¿No?
Felicitaciones

Szarlotka dijo...

¡Gracias Daniel!
Estoy de acuerdo con vos; es un texto extraño. Andá a saber de dónde salió tanta idea rara.
Recuerdo que le toqué un par de cosas, pero me parece que tu memoria funciona mejor que la mia...