jueves, 23 de julio de 2009

Chocolate con huevo blanco



Entre otras golosinas, a Hernán le gustaba comer una barrita de chocolate amargo con el café. Los que lo conocían siempre le regalaban alfajores, bombones, y caramelos. Era una de las noches más frías del año, y Hernán encendió la televisión y preparó un café con Amarula. Fue a buscar su barrita de chocolate, y recordó que había terminado la tableta la noche anterior. No iba a salir a comprar. Revisó la alacena. Sus golosinas estaban catalogadas, y algunas las atesoraba para ocasiones especiales. Encontró un huevo de chocolate, envuelto en papel dorado, y con una cinta de seda color granate. Unos amigos lo habían traído de algún lugar de Europa. Shokolade mit Eiweiss, decía la etiqueta. No sabía alemán, y tradujo: chocolate con huevo blanco. En cuanto lo desenvolvió, un aroma delicioso inundó la habitación. Apenas lo tomó entre sus dedos sintió algo crujiente. El huevo estaba levemente cascado y algo se movía en su interior. Lo apoyó sobre el papel brillante y lo observó. Mientras pensaba que debía ser un huevo con corazón, la cáscara se rompió, y una lluvia de merengue se desparramó sobre la mesa. Escondida entre los escombros había una casita tirolesa.
Hernán llamó a la puerta. Un señor diminuto y con voz finita respondió, y lo invitó a pasar. Era una casa de montaña, con muebles rústicos y cortinas de algodón a cuadritos rojo y blanco. La ventana tenía macetas con flores anaranjadas, y a través del vidrio empañado se veía nevar en el jardín. Para paliar el frío, Hernán se sentó junto a un hogar de leños. Se quedó observando al anciano, que derretía caramelo en un caldero, y chocolate blanco en una olla de cobre. El hombre abrió un armario y Hernán observó asombrado los diferentes frascos de vidrio marrón, verde y azul. También los había de porcelana y de losa. El anciano eligió uno, aparentemente al azar. Estaba lleno de arañas. Las arrojó al caldero, vivas. Después de unos segundos, las escurrió con una espumadera, las esparció en una tabla, y las llevó a enfriar al jardín. Hizo el mismo proceso con lagartijas, con caracoles, y con insectos. Hernán probó una libélula. Las alas crisparon en su boca como una hoja seca y le hicieron cosquillas en la lengua.
El anciano dispuso los moldes para el chocolate a lo largo de una mesada de mármol. Había varios modelos, pero los de más salida eran los corazones. Con una agilidad inusual para su edad, vertió el chocolate y lo rellenó con los caramelizados. El trabajo estaba casi listo. Sólo faltaba uno: el de forma de huevo. El anciano le dijo a Hernán que se preparara, que era su turno. Antes de que Hernán pudiera reaccionar, el anciano dio un silbido y una bandada de cuervos entró por la chimenea. La habitación se pintó de negro. Con picos y garras los cuervos tomaron a Hernán por la ropa, y lo echaron al caldero. Rápidamente el anciano completó el trabajo. Hernán sintió el calor del chocolate, el ruido sordo del anciano sellando el huevo, el aleteo de los cuervos que se perdía en el silencio de su ataúd de golosina. Tanteó las paredes, las empujó, las arañó, pero no cedieron. Apenas unas pequeñas astillas se le clavaron debajo de las uñas. Respiró la opresión. Se ahogó en lágrimas. Y comprendió que el círculo se había cerrado.

Dedicado a Martín Orellano


5 comentarios:

Ana GyS dijo...

Raaaaaro... simpática la idea.. pero me quedaron algunos cabos sueltos... después te pregunto.

Szarlotka dijo...

No sé qué le ves de raro...
=)

Szarlotka dijo...

Hice modificiaciones.

No sé si habrá sido para mejor o para peor...

¡Gracias Ana!

Flor de Ceibo dijo...

El círculo. Nada se pierde todo se transforma.
Muy bueno el texto.
Si la interpretación no es la adecuada, tomá en cuenta que es de
BRUTUS

Szarlotka dijo...

Irene, una interpretación puede ser adecuada para una persona, y también para otra, o tal vez para otra no, porque cuando el arte nos toca, dentro nuestro suena nuestra propia múscica.

Bueno, no sé si se entiende lo que quiero decir. Todo es subjetivo, y está bien que así sea, porque somos diferentes, y las diferencias son las que nos distinguen, las que nos complementan, y las que nos enriquecen.

Así que desde ya te agradezco el comentario, y no importa si coincido con vos o no (ni siquiera me lo planteo). Lo único que me interesa es que el texto te haya tocado de alguna manera, te haya movilizado algo, porque cuando uno escribe no lo hace para regocijo propio (aunque es un arte que se disfruta).

Podría pasar horas hablando o escribiendo acerca de este tema, pero te lo simplifico con un ejemplo. Cuando estudié canto, mis maestros me enseñaron que uno no canta para uno, sino para los que lo escuchan. Y yo me lo tomé muy en serio.

Un beso