domingo, 10 de mayo de 2009

De Xenartros Capítulo X


En Praga hacía demasiado frío como para que Antoinette pudiera lucir sus escotes. Con o sin ellos le era imposible conseguir clientes. La competencia era devastadora, y la única manera de obtener dinero sería robando o mendigando, pero una reina no haría ninguna de las dos cosas. Tampoco se atrevería a pedir: nunca antes lo había hecho, y su orgullo era más fuerte que su necesidad.
Jamás había estado en Praga, y le gustó vagar por sus callejuelas adoquinadas, pero el Señor Xenartro no daba tregua y seguía reclamando atención. Para complacerlo, se refugió en la catedral de San Vito, y ahí pasó unos días, inmóvil y sin comer, desafiando a la suerte.
Despertó de madrugada, famélica y con los dedos ateridos por el frío. Todavía era de noche cuando se arrimó al Moldava. Arrancó unos yuyos. Enjuagó las raíces en el agua helada y se las llevó a la boca. Luchando contra las náuseas, apenas alcanzó a tragar un puñado. Vio su horrible cabeza reflejada en el río, su gesto estúpido, su vestido hecho jirones. Una gota se estrelló contra la superficie desdibujando la imagen monstruosa. Antoinette hizo un cuenco con las manos, juntó un poco de agua, y se mojó la cara para disimular el llanto.