jueves, 2 de abril de 2009

De Xenartros Capítulo VIII


El Señor Xenartro se dejó llevar por las caricias de Antoinette, y ella lentamente lo penetró hasta tomar absoluta posesión de su cuerpo. Con placer, Antoinette exclamó: Je suis heurese! J’ai le corp d’un ange une autre fois! M. Xenartro, maintenant Je vous commande.

Ansiosa por ver su nuevo cuerpo, buscó un espejo. Cuando lo encontró, se miró de abajo a arriba. Los pies estaban cuidados y las piernas conservaban la tonicidad de siempre. Las caderas redodeadas, tenían el mismo ancho de los hombros. Antoinette pensó que era hermosa como pocas. Recorrió el contorno sinuoso de su torso con la punta de los dedos hasta que se le erizó la piel. Llevó la mano a la entrepierna. Estaba húmeda, como cuando la tocaba Axel. Se sintió viva. Su sangre se alborotó. Cayó de rodillas y se quedó en esa posición, con una mano apretada entre las piernas. La otra mano pellizcó los pechos hasta volverlos punzantes, y se los llevó a la boca. Le gustó. Recordó el aliento en la nuca, lo prohibido; esas cosas que hacía con todos, menos con su marido. Deslizó la mano por la espalda y buscó la entrada a lo profundo. Un torrente de placer la atravesó y la pelvis se convulsionó. Hacía tanto que...
- Gracias piba. Fue mi primera vez - dijo el Señor Xenartro. Antoinette lanzó un alarido. Se suponía que al tomar posesión del cuerpo, el Señor Xenartro debía pasar a otra dimensión, pero algo había fallado y ahora compartían el mismo cuerpo. Volvió a mirarse al espejo. Sin duda era ella misma, pero la cabeza no era la suya, sino la del Señor Xenartro. La Reina de Francia se había convertido en una aberración. Sólo una pequeña porción del cuello se había salvado de la guillotina; el resto había sido destrozado. Lo que separaba a la cabeza del cuerpo era un puñado de cicatrices; el estigma indeleble de la Revolución. Debía inventar una historia para justificar su aspecto monstruoso: sus rasgos masculinos, la bocha brillante, y el oscuro pellejo del Sr. Xenartro que contrastaba con su piel de seda. Era aún más abominable que la cabeza de Boris Karloff en el cuerpo de Bela Lugosi. No obstante, se puso su mejor vestido, y preparó un necessaire para llevar en el tren.

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