- ¡El cielo tiene luz papá! – Andrei estaba extasiado, y Nicolae se sintió feliz como nunca. – Llevame afuera papi. Quiero verlo bien.
Nicolae lo envolvió en una frazada, lo alzó y lo llevó al campo. El niño tenía razón. El cielo derrochaba luz, y los astros, que habían adquirido dimensiones desmesuradas, parecían haberse acercado a la Tierra. La luna se había teñido de un rojo anaranjado y los planetas podían verse al detalle: los anillos de Saturno, las lunas de Júpiter, los volcanes de Marte. La vecindad parecía hipnotizada; nadie hablaba, nadie se movía, y todos miraban al espacio. La quietud era comparable al instante que precede a una nevada. Todo era paz hasta que se lo escuchó a Andrei.
- ¡Mirá papá! ¡Allá está mamá! – gritó mientras levantaba su brazo derecho. Nicolae percibió cómo el cuerpo del niño tiritaba a medida que iba perdiendo temperatura. Lo abrazó con todas sus fuerzas para calentarlo. - ¿La ves papá? ¡Ahí viene!
Una constelación de estrellas fugaces se deslizó sobre ellos. Tenía forma de mujer y se destacaba de los demás astros por su resplandor y su tonalidad áurea. Nicolae se emocionó y no pudo contener el llanto.
- No llores papi ¿La ves? – insistió Andrei mientras le pasaba las manos por la cara para secarle las lágrimas – Viene a buscarme.
Nicolae apretó al niño contra su pecho como para retenerlo, pero a medida que la hoguera se extinguía Andrei se fue haciendo más pesado, y para cuando el fuego se hubo apagado el niño colgaba de los brazos de su padre como una rama seca.
5 comentarios:
Increíble... tanta belleza...
Si, asi es Millet =)
sí, ok, y por casa cómo andamos??
Ni idea. Algun dia intentare aprender a pintar. Despues te cuento.
Ok, mientras tanto seguí escribiendo ;)
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